AMMACHI: 

¿Cómo prueba un Maestro  a los discípulos?


Pregunta – Madre, ¿de qué modo prueba el maestro a sus discípulos? 

Madre – No podemos determinar una serie de reglas fijas como hacemos para superar un examen. El maestro conduce al discípulo según los vasanas que éste haya adquirido durante muchas vidas. Incluso en situaciones idénticas, el maestro puede proceder de modo muy diferente hacia discípulos diferentes. Aunque no tenga  ningún sentido para vosotros. Solo el maestro conoce la razón. El maestro decide los pasos a seguir para debilitar los vasanas de un individuo en particular, para guiarle hacia la meta. Hay un factor que ayudará al progreso espiritual del discípulo y es que él o ella se rindan a la decisión del maestro. 

Cuando dos discípulos cometen el mismo error, el maestro puede enfadarse con uno y mostrarse muy amoroso con el otro, actuando como si nada hubiese ocurrido. El maestro conoce el nivel de fuerza mental y madurez de cada discípulo. En su ignorancia, los observadores pueden criticar al maestro. Porque solo ven lo que está sucediendo, externamente. Carecen de visión interior para ver los cambios que se van produciendo en los discípulos. 
El árbol no brota hasta que la corteza exterior de la semilla se rompe. De igual modo, no podéis conocer la Verdad sin destruir totalmente el ego. El maestro prueba al discípulo de diversos modos para comprobar si han venido al maestro a causa de un brote efímero de entusiasmo o por amor al objetivo espiritual. Estas pruebas pueden compararse a los exámenes sorpresa, sin aviso previo. Es deber del maestro medir cuanta paciencia, renuncia y compasión tiene el discípulo, así como probar su grado de debilidad cuando deben afrontar ciertas situaciones o si poseen fuerza para superarlas. De los discípulos se espera que sean guías del mundo en el futuro. Miles de personas pueden llegar a ellos un día, depositando toda su confianza. Los discípulos deben poseer suficiente fuerza interior, madurez y compasión para merecer esa confianza. Si un discípulo sale al mundo sin estas cualidades y carece de la suficiente pureza interior, sería como la mayor de las traiciones. En ese caso, aquel que debería proteger al mundo podría resultar un enemigo destructor.   

***

Una vez, un maestro dio a su discípulo una roca y le pidió que tallase una imagen. El discípulo, obediente, renunciando a alimentarse y a dormir, se puso manos a la obra a hacer la talla. Cuando terminó, se  la trajo al maestro y la ofreció a sus pies. Se quedó humildemente a un lado con las manos juntas y la cabeza inclinada. El maestro miró la escultura, la tomó en sus manos y la arrojó a lo lejos, rompiéndose en mil pedazos.  
'¿Es éste el modo de tallar una imagen? -preguntó colérico. 
El discípulo miró los pedazos y pensó, 'no ha pronunciado una palabra amable aunque me he esforzado durante días sin comer ni dormir'. Conociendo sus pensamientos, el maestro le dio otra piedra y le pidió que comenzara de nuevo a tallar otra imagen.  
El discípulo se alejó con la piedra e hizo otra imagen más hermosa que la primera. De nuevo, se acercó al maestro, pensando que esta vez, seguro, estaría complacido. Pero tan pronto como el maestro vio la imagen, su rostro enrojeció. '¿Te estás riendo de mí? ¡Esta es peor que la anterior!' Y de nuevo rompió la imagen. 
Miró al discípulo que permanecía de pie, con la cabeza inclinada humildemente.  Esta vez el discípulo no sintió resentimiento alguno hacia el maestro, pero sintió cierta tristeza. 
El maestro le entregó otra piedra pidiéndole que la tallase de nuevo. El discípulo esculpió la nueva imagen con mucho cuidado. Era una gran obra de arte, que entregó a los pies del maestro. Pero el maestro la tomó y la hizo añicos mientras reñía severamente al discípulo.  Esta vez no se sintió enfadado ni triste. Pensó, 'si este es el deseo de mi maestro, que así sea. Todo lo que hace es por mi bien.' Tal era su actitud de rendición en ese momento. 
El maestro aún le dio otra piedra. El discípulo la aceptó con alegría y regresó con otra imagen excepcionalmente bella. El maestro la rompió igualmente. Pero ello no produjo ningún cambio en el ánimo del discípulo. El maestro estaba muy complacido. Puso las manos sobre la cabeza del discípulo y le bendijo. 

***

Un observador de las acciones del maestro habría pensado probablemente que era cruel o incluso loco. Solo el maestro y el discípulo que se había rendido a él por completo sabían lo que estaba sucediendo. El maestro hizo pasar al discípulo por numerosas pruebas, para moldearle adecuadamente. Cada vez que el maestro rompía la imagen que le traía , estaba esculpiendo una verdadera imagen en su corazón.  Lo que rompía era su ego. Solo un satgurú puede hacer esto y solo un verdadero discípulo puede saborear la bienaventuranza que ello contiene.