Hay un solo hombre y una sola mujer. Son dos principios que están fuera de la
existencia, profundamente en el interior de cada cuerpo.
En el cuerpo de cada mujer, por detrás de sus pensamientos y anhelos cotidianos, está este poder extraordinario e inimaginable de ella, la mujer, la mujer divina. Cada mujer en la Tierra está intentando manifestar sus divinas cualidades femeninas. Cada mujer suspira, llora o ríe con alegría al sentir el movimiento de su presencia.
Es igual para el hombre. Profundamente adentro de la psiquis de cada hombre está el divinamente noble principio del hombre. Este también está intentando manifestarse, abriéndose paso a través de 2000 millones de años de pasado, para llegar al cerebro y los sentidos y expresar sus divinas cualidades masculinas.
El incesante esfuerzo del par divino por entrar juntos a la existencia y estar unidos aquí como lo están allá, es la explicación del dolor y la alegría de la vida y el amor en la Tierra. Todo lo demás es secundario a este gran movimiento incitante.
Y así, cada mujer siente la extraordinaria necesidad de hacer
o ser mejor, de descubrir qué es el amor, de ser más real, de ser más hermosa.
Sí, particularmente de ser más hermosa, no sólo en apariencia ya que esto da una
satisfacción pasajera como una beldad en la tapa de una revista, sino
interiormente. La belleza interior es libertad divina.
Todo hombre siente dentro de sí la misma presión divina, la necesidad de ser
noble, valiente, honesto, verdadero, y de amar y ser amado verdaderamente por la
mujer. Sólo a través del amor mutuo pueden alguna vez unirse aquí.
Y esto significa que cada uno abandone el amor por su yo.
Permíteme mostrarte en tu propia experiencia lo que es el principio divino del amor o Dios, antes de tomar forma humana. El principio divino es vida, la vida que está en cada cuerpo. La vida que está en el interior es tan delicada, tan sutil, tan nada, que nadie sabe realmente que está allí. Es vida. Pero, ¿qué es? Es vida antes de que la vida tome forma. Es Dios o conciencia divina sin nada en ella. Cuando esa vida pura sube al cerebro humano, el cerebro la divide y la convierte sensorialmente en masculina o femenina, hombre o mujer.
Dado que, innegablemente, la vida está en el cuerpo que está leyendo estas palabras, la primera forma que la vida toma en la Tierra después de pasar a través del cerebro humano es obviamente tu cuerpo. Y, habiendo sido dividida por el cerebro, tu vida o cuerpo se manifiesta como masculina o femenina.
La tarea de la vida en la Tierra es volver a la conciencia divina sin división que está por detrás del cerebro, por detrás de las formas masculina y femenina. Esto es llamado realización de Dios, la re-entrada o re-unión consciente con la pura vida interior sin forma.
Esto sólo puede ser hecho de manera completa a través del amor del hombre y la mujer afuera. Las dos aparentes divisiones de ella y él, deben ser eliminadas en la conciencia, la unión, de amor.
Para el hombre, el realizar a Dios o la vida en su interior sin unión amorosa con la mujer en la carne, le trae una incompleta realización de Dios o la vida. Queda en él un miedo a Dios o la vida: el miedo al amor de la mujer, un mecanismo protector de su yo. Tales hombres son habitualmente célibes religiosos y son llamados “santos” por otros hombres y mujeres temerosos del amor. En su egoísmo o miedo a amar a la mujer, dejan atrás parte de su vida en la existencia. Y esa parte, como una deuda de karma impaga, los arrastrará de vuelta una y otra vez a amar hasta las últimas consecuencias, hasta el fin (de su egoísmo).
¿Puedes tú, hombre, dejar alguna vez de pensar en la mujer? ¿Por qué habrías de hacerlo? Ella es el otro lado de Dios en la existencia, el otro lado de tu ser. Y tú, mujer, nunca dejarás de pensar en el amor del hombre. Están atados por su separación. Y hasta que se unan en la carne en amor, honestidad, rectitud y verdad, vagarán en sus pensamientos y soñando despiertos, siempre buscando pero no encontrando nunca por mucho tiempo.
En la existencia, no hay modo de escapar del amor.
Barry Long
© The Barry Long Trust
Extractado de “El curso en Ser” Stockholm, 1993.