ZEN, LA HIERBA CRECE SOLA-2

CAPITULO 2

 

Maestro y Discípulo

 

Cada vez que Lie Tse no estaba ocupado, Yin Sheng aprovechaba la oportunidad para mendigar secretos.  Lie Tse siempre lo despedía y no le decía, nada hasta que finalmente le dijo: Pensaba que eras inteligente, ¿realmente eres así de vulgar?  Ven, te diré lo que aprendí de mi propio maestro.

Tres años después de empezar a servir al maestro, mi mente ya no se atrevía a pensar en lo correcto y lo incorrecto, y mi boca ya no se atrevía a hablar de beneficios y daños.  Solo entonces recibí algo tan importante como una mirada del maestro.

Cinco años más tarde mi mente de nuevo estaba pensando en lo correcto y lo incorrecto, y mi boca de nuevo estaba hablando de beneficio y daño.  Por primera vez la cara del maestro se relajó en una sonrisa.

Siete años más tarde pensaba en cualquier cosa que me viniera a la mente, ya sin distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, y decía todo lo que me venía a la boca ya sin distinguir entre el beneficio y el daño.  Y por la primera vez el maestro tiró de mí para que me sentara con él en la misma estera.

Nueve años más tarde pensaba sin comedimiento todo lo que me venía a la mente, y decía sin comedimiento todo lo que me venía a la boca sin saber si lo correcto y lo incorrecto, el beneficio y el daño, eran míos o de otro, y sin saber si el maestro era mi profesor o no. Todo era igual.

¡Ahora tú vienes a ser mi discípulo, y antes de que haya pasado un año tú estás indignado y resentido una y otra vez!

 

El arte más grande del mundo es ser discípulo.  No se puede comparar con ninguna otra cosa.  Es algo único e incomparable.  No existe nada parecido en ninguna otra relación, no puede existir nada parecido.

Ser discípulo, estar con un maestro, es entrar en lo desconocido.  Es un asunto en el que no puedes ser muy agresivo.  Si eres agresivo, lo desconocido nunca te será revelado.  Es algo que no puede ser revelado a una mente agresiva.  Esa es la índole de su naturaleza, hay que ser receptivo, no agresivo.

La búsqueda de la verdad no es una búsqueda activa, es una profunda pasividad: en tu profunda pasividad recibirás.  Pero si eres demasiado activo, si te involucras demasiado, fallarás.  Se trata de ser como un vientre materno, femenino, de recibir la verdad como una mujer recibe un embarazo.

Recuerda esto… así luego podrás comprender muchas cosas más fácilmente.

Estar cerca de un maestro significa ser pura pasividad, absorber todo lo que el maestro da, todo lo que el maestro es; sin preguntar.  En cuanto empiezas a preguntar te vuelves agresivo, pierdes la receptividad, te vuelves activo.  Desaparece lo pasivo, lo femenino.  Nadie ha encontrado jamás la verdad con una actitud masculina… agresiva, violenta.  No es posible.  A la verdad se llega muy silenciosamente.  En realidad, tú esperas y ella llega a ti.  La verdad te busca a ti, como el agua busca el suelo profundo, se desliza hacia abajo, encuentra un lugar, y se convierte en un lago.

Una mente activa está demasiado llena de ella misma; una mente activa cree que sabe la verdad.  Cree que uno solo tiene que preguntar, por lo menos la pregunta sí se sabe; solo hay que buscar la respuesta.

Pero cuando uno se vuelve pasivo, ni siquiera sabe la pregunta.  ¿Cómo preguntar?  ¿Qué preguntar?  ¿Para qué preguntar?  No hay pregunta, uno no puede hacer otra cosa que esperar. Eso es la paciencia –infinita paciencia-, porque no es una cuestión de tiempo, no se trata de esperar unos cuantos meses, o unos cuantos años.  Si tu paciencia es para unos cuantos años, no servirá de nada, porque una mente que piensa que tiene que esperar durante tres años, en realidad no está esperando.  Está activamente atenta; cuando hayan pasado los tres años, entonces podrá saltar, ser agresivo y preguntar; entonces él podrá decir que el período de espera ya ha pasado, que tiene derecho a saber.  No es así. Nadie tiene nunca derecho a saber la verdad.

De repente llega el momento en que estás preparado, y tu paciencia ya no es de tiempo, sino de eternidad; no estás esperando algo, sino simplemente esperando, porque la espera es hermosa; la espera en sí es una meditación muy profunda, la espera es un logro inmenso; ¿a quién le importan las demás cosas?  Cuando la espera se ha vuelto tan total, tan intensa, tan completa, que el tiempo desaparece, adquiere la cualidad de la eternidad.  Entonces estás preparado inmediatamente.  No tienes derecho, recuerda; tú no puedes demandar.  Tú simplemente estás preparado y ni siquiera eres consciente de que lo estás. Porque la propia consciencia sería un impedimento para tu disposición; la propia consciencia mostrará que el ego está ahí, observando desde un rincón, oculto en alguna parte.

Y el ego siempre es agresivo, esté oculto o no, sea obvio o no.  Incluso oculto en el rincón más profundo del inconsciente, el ego es agresivo.  Y cuando digo que el arte de ser discípulo es volverse completamente pasivo, quiero decir: disuelve el ego.  Entonces no habrá nadie para preguntar, para pedir, simplemente no hay nadie; tú eres una casa vacía, un profundo vacío, simplemente estás esperando.  Y de repente, sin pedirlo, te es concedido todo lo que hubieras podido imaginar.

Jesús dice: Pedid, y se os dará.  Pero esa no es la enseñanza más elevada.  Jesús no podía impartir la enseñanza más elevada a la gente que estaba a su alrededor porque ellos no sabían ser discípulos.  En la tradición judía ha habido profesores y estudiantes, estudiantes sinceros, que han aprendido mucho.

Pero Jesús no pudo encontrar discípulos allí, no pudo impartir la más elevada enseñanza.  Él dice: Pedir, y se os dará. Llamad, y os abrirán.  Pero, si me preguntas a mí, yo te diré que no funcionará; si llamas, serás rechazado.  Porque el llamar es agresivo, y no te abrirán.

Cuando llamas, ¿qué estás haciendo?  Estás siendo violento.  No. Llamar a las puertas del templo no está permitido. Tienes que venir a la puerta tan silenciosamente que no se oiga ni el sonido de tus pisadas.  Tienes que venir como una nada, como si no hubiera venido nadie. Tienes que esperar en la puerta y entrar cuando la puerta se abra.  No hay que tener prisa.  Puedes sentarte y relajarte en la puerta, porque la puerta sabe mejor que tú cuándo abrirse, y el maestro dentro de ti sabe mejor que tú cuándo debe ocurrir eso.

Llamar a la puerta del templo es vulgar; preguntar al maestro es descortés, porque él no te va a enseñar nada, él no es un profesor.  Él va a sacar algo de lo más profundo de su ser para ti –un tesoro-, y hasta que no estés preparado no lo puede hacer.  No se les echa perlas a los cerdos.  El maestro tiene que esperar hasta que tu cerdo haya desparecido, hasta que hayas despertado y e hayas convertido en un verdadero humano y ya no exista el animal, el agresivo, el vulgar, el violento.  La relación entre un maestro y un discípulo no es de violación: es del más profundo amor.

Esa es la diferencia entre la ciencia y la religión.  La ciencia es como una violación; agrede a la naturaleza que conoce sus secretos.  La religión es amor, es persuasión, es espera silenciosa.  Es prepararse a uno mismo, para que cuando el momento de tu preparación interior llegue, haya armonía, todo caiga en su sitio y la naturaleza te sea revelada.  Y esta revolución es completamente diferente.  La ciencia puede forzar a la naturaleza a darle algunos datos, pero no la verdad.  La ciencia nunca será capaz de conocer la verdad. Los ladrones, los agresivos, la gente violenta, como mucho pueden arrebatar unos cuantos datos.  Eso es todo. Y esos datos serán superficiales.  La parte más profunda permanecerá oculta para ellos, porque para realizar la parte más profunda no hay que usar la violencia; no se puede usar.  La parte más profunda tiene que invitarte, solo entonces puedes entrar en ella.  Sin invitación, no es posible.  En la capilla interna se entra como un huésped, como un invitado.

La relación entre un maestro y un discípulo es la forma más elevada de amor; porque no se trata de una relación entre cuerpos, no se trata de una relación por ninguna clase de placer o gratificación, no es una relación entre dos mentes, dos amigos, en una armonía psíquica sutil.  No. No es ni corporal ni sexual; no es ni mental ni emocional. Son dos totales uniéndose y fundiéndose el uno con el otro.

¿Pero cómo vas a ser un todo si preguntas?  Si eres agresivo, no puedes ser total.  Una totalidad siempre es silenciosa; sin conflicto en el interior. Por eso no puedes estar en conflicto en el exterior.  La totalidad es serena, tranquila y recogida.  Es una unión profunda.  Esperando cerca de un maestro, uno aprende a estar recogido, sin movimiento. Un centro inmóvil simplemente espera; sediento por supuesto, hambriento por supuesto, sintiendo la sed en cada fibra del cuerpo, en cada célula del ser; pero esperando, porque el maestro sabe mejor cuándo ha llegado el momento correcto.  Sin llamar… la tentación estará ahí, y, cuando el maestro está disponible, la tentación se vuelve muy fuerte, muy intensa.  ¿Por qué perder el tiempo?  No, no se está perdiendo tiempo.  En realidad, esperar pacientemente es el mejor uso del tiempo.  Puede que todo lo demás sea perder el tiempo, pero esperar no, porque esperar es oración, esperar es meditación, esperar lo es todo.  Todo ocurre a través de la espera.

Y digo que es el arte más grande.  ¿Por qué?  Porque entre un maestro y un discípulo se vive en el mayor de los misterios, se vive lo más profundo, fluye lo más elevado.  Es una relación entre lo conocido y lo desconocido, entre lo finito y lo infinito, entre el tiempo y la eternidad, entre la semilla y la flor, entre lo actual y lo potencial, entre el pasado y el futuro.  Es discípulo es solo el pasado; el maestro es solo el futuro.  El discípulo es solo el pasado; el maestro es solo el futuro.  Y aquí, en este momento, en su profundo amor y espera, se encuentran.  El discípulo es tiempo, el maestro es eternidad.  El discípulo es mente y el maestro es no-mente.  El discípulo es todo lo que sabe, y el maestro es todo lo que no se puede saber.  Cuando se tiende un puente entre un maestro y un discípulo, es un milagro.  Enlazar lo conocido con lo desconocido, el tiempo con la eternidad, es un milagro.

La acción es cosa del maestro, porque él sabe lo que hay que hacer. La acción no es asunto tuyo, no debe serlo, porque, si tú haces, lo estropearás todo.  Tú no sabes lo que eres, ¿cómo vas a poder hacer algo?  Un discípulo espera, sabe que él no puede hacer. Él no sabe cuál es la dirección que hay que tomar, él no sabe lo que está bien y lo que está mal, él no se conoce a sí mismo. ¿Cómo va a hacer algo?  La acción es cosa del maestro, pero cuando yo digo que la acción es cosa del maestro, no me malinterpretes.

Un maestro nunca hace nada; si el discípulo es capaz de esperar, el propio ser del maestro se convierte en una acción.  Su presencia se convierte en un agente catalítico, y entonces muchas cosas empiezan a suceder por sí mismas.

Cuando alguien preguntó al gran maestro Zenerin: ¿Qué haces con tus discípulos?  Él contestó: ¿Que qué hago?  Yo no hago nada.  El interlocutor insistió: Pero a tu alrededor ocurren muchas cosas, tienes que estar haciendo algo.  Zenerin respondió: Sentado tranquilamente, sin hacer nada, la primavera llega, y la hierba crece por sí sola.

Esto es lo que hace un maestro: sentado tranquilamente, sin hacer nada, espera el momento justo, la primavera.  Cuando el discípulo y el maestro se encuentran, de repente, llega la primavera; llega la primavera, y la hierba crece por sí sola.  Y eso es lo que ocurre.  El maestro simplemente se queda sentado, sin hacer nada, y el discípulo espera que el maestro haga algo.  Luego viene la primavera.  Y cuando se encuentran, la hierba crece por sí sola.

De hecho, la verdad es un acontecimiento; uno solo tiene que permitirlo.  No hay que hacer nada directamente; uno solo tiene que permitirlo.  No serás capaz de saberlo hasta que ocurra, porque tú lo único que sabes es que cuando haces algo ocurre algo. Cuando tú no haces nada, no ocurre nada.  Así que tú no tienes ni idea de que hay una dimensión totalmente diferente en las cosas.  Pero, si observas tu propia vida, verás muchas cosas ocurriendo sin que tú hagas nada.  ¿Qué haces tú cuando ocurre el amor?  La hierba crece por sí sola.  De repente llega la primavera y algo florece dentro de ti, florece por alguien, estás enamorado.  ¿Qué has hecho tú?

Por eso la gente le tiene tanto miedo al amor; porque se trata de un acontecimiento, no puedes manipularlo, no puedes tener el control.  Y por eso la gente dice que el amor es ciego.  En realidad se trata de todo lo contrario: el amor es claridad de visión. El amor son los únicos ojos, pero la gente dice que el amor es ciego porque no puede hacer nada al respecto.  Él toma posesión y ellos dejan de tener el control, son relevados del puesto.  Dicen que es ciego porque en él no han razón: es irracional.  Es como una locura; es como una fiebre delirante; es algo que te ocurre, como una locura; es como una fiebre delirante; es algo que te ocurre, como una enfermedad.  Eso es lo que parece, porque tú dejas de tener el control; la vida ha tomado el mando.  La cualidad del amor es la verdad.  Por eso Jesús insistía, “Dios es amor” o “El amor es Dios”, porque la cualidad viene de la misma fuente.  La verdad, es como el amor, también ocurre sin que tú hagas nada al respecto.  Tú ni siquiera llamas a la puerta.

Tú inspiras, espiras; eso es la vida.  ¿Cómo lo haces?  ¿Eres tú quien lo hace?  Si eso es lo que crees, contén el aire por unos segundos y enseguida te darás cuenta de que no es así. No puedes contener la respiración por mucho tiempo.  En cuestión de segundos la respiración se forzará a sí misma a expulsarlo.  Vacía los pulmones de aire: en unos segundos descubrirás que tú no puedes hacer nada; la respiración se fuerza a sí misma a inspirar.  De hecho, la hierba crece por sí sola, exactamente como la respiración.  Crece por sí misma; tú no eres el que hace.

Pero el ego evita fijarse en tales hechos. El ego solo se fija en cosas que tú puedes hacer. Elige, acumula cosas que se pueden hacer, y evita, arroja al inconsciente, las cosas que ocurren.  Al ego le gusta mucho elegir.  No mira a la vida en su totalidad.

La verdad es un acontecimiento, el acontecimiento final, el acontecimiento supremo, en el que tú te disuelves en el todo y el todo se disuelve en ti.  En palabras de Tilopa, es mahamudra, el orgasmo supremo que ocurre entre una unidad de consciencia y la consciencia total, el océano total de consciencia; entre la gota y el océano.  Es el orgasmo total, en el que ambos se pierden el uno en el otro y las identidades se disuelven.

Lo mismo ocurre entre un maestro y un discípulo. El maestro es el océano y el discípulo todavía es una gota; lo finito encontrándose con lo infinito.  Se necesita mucha paciencia, una infinita paciencia.  La prisa no servirá de nada.

Ahora intenta comprender esta hermosa parábola Zen. Tienes que dejar que cada una de sus palabras llegue hasta lo más profundo de tu ser, porque para eso estás aquí.  Si puedes comprender esta historia, te será más fácil acercarte más y más a mí.

 

Cada vez que Lie Tse no estaba ocupado, Yin Sheng aprovechaba la oportunidad para mendigar secretos.

 

Lie Tse era uno de los maestros de la escuela de Lao Tse, uno de los discípulos iluminados de la Lao Tse.  Pero Lie Tse no era un maestro corriente, no le interesaban tus pequeños problemas, tus acciones, no le interesaban las pequeñas enseñanzas.  A Lie Tse solo le interesaba lo supremo.  Él tenía muchos discípulos.

Hay dos tipos de discípulos.  El discípulo que es elegido por el maestro y el discípulo que elige al maestro.  Sus cualidades difieren.  Este hombre, Yin Sheng, debe haber sido uno del segundo tipo; y la diferencia es enorme. Cuando un maestro te elige, es completamente diferente.  Por supuesto, tú nunca te enterarás de que ha sido él quien te ha elegido.  De hecho, el maestro te persuade de tal manera que sientes que has sido tú quien lo has elegido a él.  Tiene que ser muy sutil al respecto, porque si deja que sepas que ha sido él quien te ha elegido a ti, tu ego puede alborotarse, porque al ego le gusta ser el maestro; al ego le gusta tener el control. Yo me encuentro todos los días con la misma situación: no tengo que dejar que sepas que soy yo quien te está eligiendo, tengo que darte libertad para que tú me elijas a mí.

Pero la diferencia es enorme, porque cuando un maestro elige a un discípulo, elige con perfecta comprensión.  Él ve a través de ti, todos tus potenciales, posibilidades, pasado y futuro; todo el destino le es revelado. Pero si eres tú quien elige al maestro, casi siempre te equivocarás.  Porque tú vas a tientas en la oscuridad.  ¿Cómo vas a elegir si no sabes ni quien eres?  ¿Cómo vas a elegir un maestro si no sabes qué es la verdad?  ¿Con qué elementos de juicio?  Cualquiera que sea el veredicto, será equivocado.  Yo digo categóricamente: no se trata de que según elijas pueda ser lo correcto o lo incorrecto.  No. Elijas lo que elijas, será lo incorrecto, porque tú estás a oscuras, tú no tienes la luz interior por la que juzgar. Tú no tienes criterio alguno, no tienes ninguna piedra de toque. Tú no puedes saber lo que es oro y lo que no lo es.  Un buscador sincero simplemente permite al maestro ser; un buscador sincero permite al maestro que sea él quien lo elija. Un buscador atolondrado intenta elegir al maestro, y luego, justo desde el principio, surgen las dificultades.

Lie Tse y su maestro, Lao Tse, tenían una forma de relacionarse completamente diferente.  Lao Tse había elegido a Lie Tse.  Este Yin Sheng había elegido a Lie Tse, y cuando un discípulo elige es agresivo; la agresión empieza con la propia elección.  Pero un maestro no puede rechazarte, aunque tú lo elijas, no puede rechazarte por su compasión.

 

Cada vez que Lie Tse no estaba ocupado, Yin Sheng aprovechaba la oportunidad para mendigar secretos.

 

Ese comienzo no es realmente un comienzo, es como una especie de atraco.  De hecho, él no es un mendigo, es agresivo, su mendigar no es más que diplomacia.  Él es un ladrón, no un mendigo.  Siempre que encontraba una oportunidad y Lie Tse no estaba ocupado, él empezaba a mendigar secretos.  Lie Tse lo despedía sin decirle nada, hasta que finalmente un día le dijo… Lie Tse lo eludió muchas veces, lo posponía, diciendo: Ya te lo diré, en alguna otra ocasión, este no es el momento adecuado.  Tú no estás maduro. Pero Yin Sheng insistía y, finalmente, Lie Tse tuvo que decirle la verdad.  Le dijo: pensaba que eras inteligente; ¿realmente eres así de vulgar?

¿Dónde está la vulgaridad?  Los secretos no se pueden pedir, hay que ganárselos.  Tienes que adquirir la capacidad.  Los secretos son regalos del maestro: no se pueden robar, no se pueden mendigar, no se pueden arrebatar; no es posible.  Los secretos solo pueden ser regalos, nada más.  Así que tú tienes que tener la capacidad, la capacidad para que el maestro pueda dártelos como regalos. A él le gustaría compartirlos, pero tú tienes que elevarte por encima de tu mente ordinaria, porque la mente ordinaria no será capaz de compartir.  Eso es lo que Jesús decía continuamente: No se le puede echar perlas a los cerdos.  Porque los cerdos no comprenderán, no tienen comprensión. Tú puedes entender las palabras, pero esos secretos no son palabras. Tú puedes entender conceptos, pero esos secretos no son conceptos. No son filosofías, doctrinas.  Esos secretos son la energía más profunda del maestro, el tesoro de su ser.  Solo si te elevas más y más alto, estarás más y más cerca del maestro, y solo cuando al maestro le parezca que te puedes sentar en la misma estera, te pueden ser dados los secretos.  No antes. Aunque él quiera dar, no puede.  ¿A quién?  A él le gustaría darlos desde su compasión, pero simplemente serían desperdiciarlos.

A un místico sufí, Dhun-nun, le ocurrió algo parecido.  Dhun-nun tenía un discípulo.  El discípulo debía ser como Yin Sheng, persistente, preguntaba una y otra vez.  Un día Dhun-nun le dio una piedra y le dijo que fuera al mercado, al mercado de verduras, y que intentara venderla.  La piedra era muy grande, era bonita. El maestro le dijo: No la vendas, tan solo intenta venderla: observa, pregunta a todo el mundo y averigua cuánto nos darían por ella en el mercado de verduras.  El hombre fue.  Mucha gente al verla pensaba: Puede ser un objeto de decoración, un juguete para los niños, o tal vez podamos usarla como pesa para nuestra balanza.  Así que le hicieron ofertas.  Pero solo unas monedas, calderilla.  El hombre regresó y le dijo al maestro: Lo máximo que ofrecen por ella son diez céntimos; y las ofertas fueron diferentes, desde dos hasta diez céntimos.

El maestro dijo: Ahora ve al merado del oro y pregunta allí.  Pero no la vendas, solo pregunta cuánto pueden ofrecer.  El discípulo regresó del mercado del oro, muy contento, y dijo: Esa gente es maravillosa.  Están dispuestos a dar mil rupias por ella.  Las ofertas fueron diferentes, desde quinientas hasta mil rupias.

El maestro dijo: Ahora ve a los joyeros, pero no la vendas.  Fue a los joyeros.  No se lo podía creer.  Estaban dispuestos a ofrecer cincuenta mil rupias.  Pero como él no vendía, las ofertas iban aumentando; llegaron a cien mil rupias.  Pero el hombre les dijo: No voy a venderla. Y ellos le dijeron: Te ofrecemos doscientas mil rupias, trescientas mil, lo que tú pidas.  ¡Pero véndenosla!  El hombre les dijo: No puedo vender. Solo quiero preguntar.  No se lo podía creer; esa gente estaba loca.  Él mismo pensaba que el precio que le habían ofrecido en el mercado de verduras era justo.

Regresó. El maestro tomó la piedra y dijo: No vamos a venderla, pero ahora ya sabes que depende de ti, de si tienes la piedra de toque, la comprensión.  Tú siempre estás haciendo preguntas y vives en el mercado de verduras.  Vives en el mercado de verduras, tienes la comprensión de ese mercado, y pides secretos valiosos; pides diamantes. Primero hazte joyero y luego ven a mí.  Entonces te enseñaré.

Se necesita cierto nivel de comprensión, para recibir ciertas verdades.  No puedes pedir secretos, porque el simple hecho de pedirlos demuestra que estás en el mercado de verduras.  Tienes que esperar; tienes que esperar infinitamente.  Así es como demuestras que estás dispuesto a sacrificar toda tu vida por ellos.  Así es como demuestras cuánto valoras los secretos; estás dispuesto a sacrificarte por completo.  Si es así, entonces el maestro simplemente comparte su ser contigo.  No hay nada que dar, porque no se trata de cosas.  Simplemente, la energía salta del maestro a ti como una llama.  Entra en ti y te transfigura por completo.

 

Yo pensaba que eras inteligente; ¿realmente eres así de vulgar?

 

Al preguntar persistentemente muestras una mente vulgar.  Tú no comprendes lo que estás preguntando.  Demuestra que eres absolutamente inculto, infantil, pueril, que no sabes con quién estás, que no sabes lo que estás preguntando.

Y luego le contó toda la historia de su relación con su maestro.  Se trata de una historia insólita.

 

Ven, te diré lo que aprendí de mi propio maestro.

 

Su maestro había sido Lao Tse, fuente de la tradición taoísta, uno de los seres más grandes que jamás haya caminado sobre la Tierra.  Dice Lie Tse:

 

A los tres años de estar sirviendo al maestro, mi mente ya no se atrevía a pensar en lo correcto y lo incorrecto, y mi boca ya no se atrevía a hablar de beneficios y daños. Solo entonces recibí algo tan importante como una mirada del maestro.

 

Habían pasado tres años. Él simplemente servía al maestro. ¿Qué otra cosa puedes hacer?  Simplemente puedes servir al maestro.  Un discípulo no puede hacer nada más.  No puede preguntar.  No puede pedir.  Un discípulo simplemente se convierte en la sombra del maestro, lo sirve, y a través del servicio, a través de su amor, de su reverencia, de su confianza, empieza a darse un cambio en la mente.

Dice Lie Tse:

 

… mi mente ya no se atrevía a pensar en lo correcto y lo incorrecto.  Se volvió casi imposible pensar en términos de correcto e incorrecto.  Cuando vives cerca de un maestro, no necesitas pensar. Tú simplemente vas con él.  Tú simplemente sigues sus movimientos.  Lo dejas todo en sus manos. Tú te rindes.

 

Dice Lie Tse:

 

Mi mente ya no se atrevía a pensar… y mi boca no se atrevía a hablar de beneficio y daño.

 

Porque al vivir cerca del maestro tu actitud empieza a cambiar por completo.  Por primera vez, desde la ventana del maestro, miras al total: donde lo correcto y lo incorrecto se encuentran y se unen, donde la oscuridad y la luz ya no están separadas.

Dice Heráclito:

Dios es noche y día, verano e invierno, hambre y saciedad.

 

Los primeros destellos empiezan a llegarte a través del maestro. El maestro se convierte en una ventana: cuanto más te acerques, más estarás arrojando al caos tu propia comprensión.  Todo lo que sabías anteriormente se vuelve absolutamente inútil, vano. Todo tu ser se tambalea. Todos tus cimientos se tambalean.  Te sientes descolocado.  Tú ya no sabes lo que es correcto o incorrecto. Has mirado al total a través del maestro, y el total lo abarca todo.  El total abarca todas las contradicciones, todas las paradojas, en el total todos los opuestos se encuentran y se convierten en uno.  Por eso es por lo que Lie Tse dice que ya no se atreve a pensar en lo correcto y lo incorrecto.  Todos los criterios acerca de lo correcto y lo incorrecto se caen. Todos los conceptos acerca de beneficio y daño simplemente se evaporan. Solo entonces recibí algo tan importante como una mirada del maestro.

Tres años de intensa confianza, de servicio, y cuando el maestro vio que la vieja mente ya no funcionaba –la vieja mente, la que vive en los opuestos, en las divisiones, el bien y el mal, lo feo y lo hermoso, en esto y aquello-, que esa mente divisora ya no estaba, solo entonces recibí algo tan importante como una mirada del maestro.

¿Qué quiere decir Lie Tse?  ¿Es que durante tres años el maestro nunca miró a Lie Tse?  Eso es imposible.  Estaba todo el tiempo sirviendo al maestro, el maestro tiene que haberlo mirado millones de veces.  ¿Entonces qué significa para él una mirada?

Mirar y una mirada son cosas completamente diferentes.  Mirar es una cosa pasiva.  Cuando yo te miro a ti, mis ojos actúan como una ventana, tú eres reflejado, eso no es una mirada.  Una mirada significa que mis ojos no están actuando como ventanas, sino que mis ojos empiezan a actuar en ti como un torrente de mi energía. No son unos ojos pasivos; están cargados con la energía más profunda del maestro, se convierte en una mirada.  Se trata de una fuerza muy creativa.  Una fuerza que va derecha a tu corazón, que te penetra hasta lo más profundo, como una flecha.  En cierto sentido es como una flecha, porque penetra; y en cierto sentido es como una semilla, porque te deja embarazado. Una mirada es el mirar que te embaraza con la energía del maestro.  La mirada es completamente diferente al mirar. En la mirada el maestro viaja desde su propio ser hasta tu centro.  La mirada es un puente.  El maestro tiene que haber mirado a Lie Tse muchas veces en tres años, pero no era esa mirada.  Es algo de lo que solo te darás cuenta cuando yo te dé la mirada.  Algunas veces yo te doy una mirada; pero cuando le doy una mirada a una persona en concreto, solo esa persona lo sabe; nadie más se entera.  La mirada hay que ganársela, tienes que estar preparado para ella. El mirar está bien, pero la mirada contiene una intensa energía.  Es una transferencia del ser del maestro, su primer esfuerzo para penetrar en ti.

Solo entonces recibí algo tan importante como una mirada del maestro. Recuerda la diferencia entre el mirar y una mirada.  El mirar es simplemente mirar; nada más.  Una mirada es cualitativamente diferente; algo se mueve.  El mirar se convierte en el vehículo: ya no está vacío, algo va con él.

Si te has enamorado de alguien, puede que sepas lo que es una mirada.  Esa misma mujer te había mirado muchas veces, pero era un mirar corriente: como te mira todo el mundo. De repente, un día, una mañana de primavera, ella te dio una mirada.  Es algo totalmente diferente, es una invitación; es una oferta; es una llamada.  De repente sientes un pinchazo en tu corazón.  Ahora la mujer ya no es la misma.  Algo ha ocurrido entre vosotros.  Algo que solo vosotros dos sabréis, algo absolutamente privado.  No es algo público, nadie más se dará cuenta de que ha ocurrido; de que el mirar se ha convertido en una mirada.

Pero eso no es nada, una mirada de amor no es nada comparado con una mirada de un maestro, no es el simple mirar, sino una mirada.  Porque cuando dos amantes se miran entre sí con una mirada amorosa, están en el mismo plano. La mirada no puede estar muy cargada, es como un río a su paso por un lugar sin desnivel.  Cuando un maestro te mira, es como una tremenda catarata, porque los planos son diferentes.  Es como si el Niágara cayera sobre ti.  Su corriente te arrastra y nunca volverás a ser el mismo. No puedes volver a ser el mismo; no hay vuelta atrás.

Una vez que un maestro te ha mirado, tu ser interior vibra de una manera diferente, vive en un ritmo diferente.  De hecho, ya no eres el mismo: el antiguo ha desaparecido a través de la mirada y un nuevo ser ha cobrado vida.  Eso es lo que Lie Tse dice; a cambio de tres años de constante servicio al maestro, esperando y esperando, sin preguntar nada, un día, recibí una mirada del maestro.

 

Cinco años más tarde mi mente de nuevo estaba pensando en lo correcto y lo incorrecto, y mi boca de nuevo estaba hablando de beneficio y daño.  Por primera vez la cara del maestro se relajó en una sonrisa.

 

Intenta asimilar esta historia: también es tu historia.  No es algo que haya ocurrido en el pasado, es algo que va a ocurrir en el futuro. Todas las historias Zen son historias futuras acerca de ti.  Así que no pienses que se trata de algo que ha ocurrido en el pasado.  El Zen no está nunca en el pasado, está siempre en el futuro. Y eres tú quien tiene que traerlo al presente.  ¿Qué ocurrió? A los tres años de servir al maestro no se atrevía a pensar en qué era correcto o incorrecto, no se atrevía a pensar en qué era correcto o incorrecto, no se atrevía a decir qué era correcto y qué era incorrecto, qué era dañino y qué era beneficioso.  ¿Entonces que ocurrió después de la mirada?... Mi mente de nuevo estaba pensando en lo correcto y lo incorrecto, y mi boca de nuevo estaba hablando de beneficio y daño.  ¿Qué ocurrió?

Al principio tú piensas que unas cosas son correctas y otras son incorrectas, porque la sociedad te ha condicionado de esa manera. No es tu pensamiento, no eres tú, es la sociedad en ti. La sociedad ha condicionado tu mente. Ha entrado dentro de ti y desde ahí te controla.

Ahora los científicos dicen que tarde o temprano seremos capaces de fijar electrodos en la parte más profunda de la mente y, a través de esos electrodos, un hombre podrá ser controlado.  El gobierno podrá controlar a todo el país, y tú no sabrás que alguien te está controlando. Tú creerás que eres tú quien está haciendo esas cosas.  Puedes ser tranquilizado inmediatamente: solo hay que pulsar un botón.  Puedes ser enfurecido: solo hay que pulsar un botón.

Delgado hizo un experimento muy famoso. Fijó un electrodo en el cerebro de un toro, un electrodo pequeño, diminuto.  Luego hizo una demostración pública.  Él llevaba en la mano un pequeño mecanismo, una especie de pequeña radio con unos cuantos botones.  Pulsó un botón y el toro vino corriendo hacia él, enfurecido, y todos los asistentes empezaron a preocuparse porque parecía que iba a matar a Delgado.  Entonces, justo cuando el toro iba a embestir a Delgado, pulsó otro botón.  El toro se paró de repente, como si estuviera muerto, como una estatua. Llevaba un electrodo controlado a distancia; se podía poner furioso o parar al toro con solo pulsar un botón u otro.

Este es un descubrimiento muy, muy novedoso, pero es algo que la sociedad ha estado haciendo desde los tiempos prehistóricos de una forma diferente, de una forma sutil. La sociedad no te fija un electrodo en la mente, aunque pronto lo hará porque será más barato y más fácil, y entonces no habrá ninguna posibilidad de libertad para el hombre.  Delgado ha descubierto algo muy peligroso, más peligroso incluso que la energía atómica, la bomba atómica o la bomba H; porque estas pueden matar los cuerpos, pero Delgado puede matar el alma, la posibilidad de libertad. Y  no sabrás que estás funcionando bajo las directrices de otro, pensarás que eres tú quien lo estás haciendo.

La sociedad está haciendo lo mismo de una forma muy sutil, muy primitiva.  Desde la infancia fuerza en tu mente la idea de lo que es correcto o incorrecto y luego te hipnotiza con constantes repeticiones: la repetición constante y la respuesta.  Cuando haces lo correcto eres apreciado, y cuando haces lo incorrecto eres condenado.  Cuando haces lo correcto, hay un resultado positivo; te dan premios, felicitaciones.

Cuando haces algo incorrecto, te da un resultado negativo; eres castigado, condenado.  Así es como la sociedad te ha puesto el electrodo.  Luego controla ella. Si tu sociedad te ha condicionado a ser vegetariano, tú no puedes comer carne.  No es que la carne no se pueda comer, lo que pasa es que el electrodo, el condicionamiento, te controla, y al ver la carne empezarás a vomitar.  No es algo que estés haciendo tú, lo está haciendo la sociedad, y cada sociedad controla a su propia manera.  Por eso resulta tan difícil vivir en otra sociedad, por eso es tan difícil vivir en un país extranjero.  Tus condicionamientos y los suyos son diferentes, y todas las moralidades no son más que condicionamientos.  Así que cuando una persona empieza a moverse hacia la libertad y verdad suprema, lo primero en caer es el condicionamiento de la sociedad.

Eso es lo que le ocurrió a Lie Tse.  Después de tres años de servicio al maestro, observando, viviendo, estando con él, se dio cuenta de que todas las consideraciones de lo correcto y lo incorrecto no eran más que condicionamientos sociales.  Entonces cayeron.  Cuando eso ocurre surge tu propia consciencia.  La consciencia real.  La consciencia que tú tienes ahora es falsa, es prestada. Entonces surge tu propia consciencia: entonces tienes tu propia visión de lo que es correcto o incorrecto.  Eso es lo que ocurrió.

 

Cinco años más tarde mi mente de nuevo estaba pensando en lo correcto y lo incorrecto, y mi boca de nuevo estaba hablando de beneficio y daño.  Por primera vez la cara del maestro se relajó en una sonrisa.

 

No significa que el maestro estuviera todo el tiempo durante esos ocho años triste, severo, serio. ¡No! Un maestro como Lao Tse siempre está riendo.  Lao Tse no es un hombre serio.  La seriedad es una enfermedad.  Un hombre iluminado siempre está alegre, toda su vida no es otra cosa que un juego. ¿Cómo va a estar serio?

¿Qué ocurrió?  ¿Es que Lao Tse no se rió o sonrió nunca durante esos ocho años?  No, no se trata de eso: tiene que haberse reído muchas veces, tiene que haber sonreído muchas veces.  Pero ocurrió algo aquel día en Lie Tse, en lo más profundo de su ser; por primera vez la cara del maestro se relajó en una sonrisa. Un maestro, por compasión, tiene que perseguir al discípulo constantemente; tiene que ser muy duro; tiene que trabajar constantemente.  Se refiere a la cara interior, no a la cara exterior.  Lao Tse debe haber estado siguiendo los progresos del ser interior, de la disciplina interior, de Lie Tse con una cara muy seria durante esos ocho años.  Luego al ver que la propia consciencia de Lie se había evolucionado, debe haber sonreído por primera vez.  Esa sonrisa estaba relacionada con la cara interior, no con la exterior.  Por primera vez, Lie Tse sintió un chaparrón de sonrisas del maestro cayendo sobre él.  Pudo sentir que el maestro se había relajado respecto a él; ya no era duro, ya no era capataz. Había sonreído.

Una vez que ha surgido tu propia consciencia, ya no hace falta que el maestro sea duro contigo. Al principio tiene que ser duro contigo porque tu consciencia es falsa.  Esa tiene que ser destruida.  Luego tiene que ser duro porque ha de cristalizarse tu propia consciencia.  Cuando cristaliza, tú tienes tu propio centro de ser; entonces el maestro puede sonreír y relajarse.  Ya está hecha la mitad del trabajo.  Ahora no hace falta que el maestro te imponga ninguna disciplina exterior.  Tú tienes tu propia consciencia.  Ahora tú tienes tu propia luz interior, a través de ella verás qué es correcto o incorrecto.  Ahora te puedes mover por ti mismo.

Eso es lo que significa la sonrisa del maestro; es algo que se siente.  Cuando realmente consigas tu propia consciencia, sentirás las sonrisas del maestro cayendo sobre ti, empapándote; te rodearán desde cada rincón de tu ser.  Por eso el maestro celebra el nacimiento de tu propia consciencia.

 

Siete años más tarde pensaba en cualquier cosa que me viniera a la mente ya sin distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, y decía todo lo que me venía a la boca ya sin distinguir entre el beneficio y el daño.

Y por primera vez el maestro tiró de mí para que me sentara con él en la misma estera.

 

De nuevo, es como una espiral, como un sendero de montaña.  Llegas una y otra vez, al mismo punto a una mayor altitud de la espiral interior.  La consciencia falsa cae, y con ella el condicionamiento de la sociedad, surge tu propia consciencia interior.  Luego también ella desaparece.

 

Siete años más tarde pensaba en cualquier cosa que me viniera a la mente ya sin distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, y decía todo lo que me venía a la boca ya sin distinguir entre el beneficio y el daño.

 

Esto es relajación total.  También se necesita una consciencia, una consciencia interior, porque tú no eres completamente natural.  La consciencia exterior es necesaria porque tú no tienes una consciencia interior.  La consciencia interior es necesaria porque tú todavía no eres completamente natural: algo incorrecto puede ocurrir a través de ti.  Pero cuando eres completamente natural, lo que para Tilopa es ser “suelto y natural”, entonces no puede ocurrir ningún daño a través de ti.  Tú simplemente ya no eres; tú no puedes hacer daño.  Entonces ya no es necesaria, así que tu consciencia también se disuelve.  Entonces te vuelves como un niño, simple y puro, cuentas las cosas que te ocurren, piensas en las cosas que te ocurren.  Los pensamientos flotan en tu mente, pero a ti no te conciernen; tu boca dice cosas, pero a ti no te conciernen. Eres como un niño, o como un loco: absolutamente relajado, como si no hubiera nadie al control.  Y cuando se pierde el control por completo, el ego desaparece, porque el ego no es otra cosa que el controlador; cuando no hay control, ¿quién eres tú? Tú eres como un río fluyendo hacia el océano, o como una nube flotando en el cielo.  Tú ya no estás ahí; el humano, el ego, ha desaparecido.  Ahora eres simplemente natural.

Siete años más tarde pensaba en cualquier cosa que viniera a la mente… Tú no puedes hacer nada, porque no hay nadie para hacer.  Si los pensamientos vienen, vienen.  Si no vienen, bien; si vienen, bien. La boca dice algo: no hay nadie para controlarla, así que habla.  Algunas veces alguien pregunta y no viene ninguna respuesta; un hombre así permanecerá en silencio. Algunas veces no hay nadie preguntando y este hombre se ríe y contesta, porque viene.  ¡Este hombre se comporta como un loco!

En India hay una secta, una secta particular, llamada Baul; la palabra baul significa el loco.  Ellos viven en este tercer estado constantemente. Ellos hacen lo que ocurra: ni bien ni mal, sin elección por su parte.  Se mueven como los vientos, y son uno de los fenómenos más hermosos del mundo.  Ellos bailan, cantan, a veces cantarán incluso cuando no hay nadie, en un camino solitario; como una flor que florece en un camino solitario por el que no va nadie.  Pero la flor tiene fragancia para esparcir, y la esparce.  Ellos simplemente viven “sueltos y naturales”.

 

Y por primera vez el maestro tiró de mí para que me sentara con él en la misma estera.

 

Ahora el discípulo ha desaparecido; ya no hay ego.  Ahora el maestro y el discípulo se han hecho uno, ahora no hay distinción.  El maestro tiró de Lie Tse, por primera vez tiró de él para que se sentara con él en la misma estera.  Se trata tan solo de algo simbólico.  Pero, en el fondo, muy, muy significativo.  El maestro tiró de él hacia él entonces, al ver que no había barreras, que no había un ego para resistirse.  Cuando el discípulo desaparece, el maestro también desaparece.

El maestro no estaba ahí, de hecho, desde el principio.  Él era el maestro tan solo debido al ego del discípulo.  El discípulo era ignorante, por eso él tenía que ser el maestro.  Ahora ya no hay ni maestro ni discípulo.  Ambos han desaparecido.

El maestro tiró de él hacia su propia estera; en su interior, el maestro tiró de él y se hicieron uno.  Esto es mahamudra.  Este es el orgasmo que ocurre entre un maestro y un discípulo cuando se encuentran.  El orgasmo sexual puede darte una ligera idea, muy ligera, muy lejana. Pero es muy difícil encontrar otro ejemplo, por eso lo comparo con el orgasmo sexual: lo que ocurre es ligeramente parecido.  Ligeramente.  Es como comparar una gota con el océano; esa es justo la proporción. El orgasmo sexual es como la gota, y el orgasmo espiritual que ocurre entre un maestro y un discípulo es el océano.

 

Nueve años más tarde pensaba sin comedimiento todo lo que me venía a la mente, y decía sin comedimiento todo lo que me venía a la boca sin saber si lo correcto y lo incorrecto, el beneficio y el daño, eran míos o de otro, y sin saber si el maestro era mi profesor o no. Todo era igual.

 

Primero desaparecieron el bien y el mal, luego desaparecieron el beneficio y el daño, y luego la idea: ¿Quién es quién? El tú y el yo, el yo y el tú, desaparecieron.

Martin Buber escribió un hermoso libro, Yo y Tú.  El misticismo judío llega hasta este punto y se queda atascado ahí.  Es uno de los puntos más elevados, el punto en el que el discípulo y el maestro son el buscador y el todo. Llega a un punto de diálogo directo entre “Yo” y Tú”, pero se quedan ahí.  El misticismo oriental da el salto final: “Yo” y “Tú” también desaparece. Solo queda silencio.  Todo era igual.  Ahora Lie Tse ni siquiera sabía si Lao Tse era su maestro o no.  No sabía si él era un discípulo o no.

En tales momentos muchas cosas increíbles han ocurrido en la historia del Zen.  El maestro siempre golpea al discípulo muchas veces durante muchos años.  ¡Algunas veces lo echa por la puerta a patadas!  Los maestros Zen son muy severos.  Y luego, después de veinte o treinta años de trabajo duro y disciplina con el maestro, el discípulo se ilumina.  Entonces va y le da una bofetada al maestro; esto es algo que no ha ocurrido nunca en ninguna otra tradición.  Y el maestro se ríe, se ríe a carcajadas, y dice: Eso es justo lo correcto.  Has hecho bien.

Una vez sucedió que un discípulo se disponía a marchar de viaje, entonces el maestro lo llamó, cuando vino le propinó un fuerte golpe en la cabeza y una bofetada.  El discípulo dijo: Esto es demasiado.  No he dicho ni una sola palabra.  Entro en tu habitación y tú empiezas a pegarme.  Esto es demasiado.  El maestro dijo: ¡No es eso! Lo que pasa es que te vas de viaje y yo puedo ver que cuando regreses estarás iluminado.  ¡Y esta será la última vez que podré pegarte!

 

Ahora tú vienes a ser mi discípulo –dice Lie Tse a Yin Sheng- y antes de que haya pasado un año tú estás indignado y resentido una y otra vez.

 

Lie Tse esperó veinticuatro años hasta que el maestro lo invitó a su estera, y le abrió su corazón y el secreto más oculto de su ser.  Y este discípulo solo había estado ahí un año y ya estaba resentido, agresivo, enojado, porque Lie Tse no contestaba a sus preguntas y no le daba el secreto que anhelaba.

¿Qué es un año en la inmensidad de la eternidad?  Nada.  Pero tu prisa hace que parezca muy, muy largo.  Desde los tiempos de Lie Tse han pasado veinticinco siglos.  Si él regresara, no entendería que ahora la gente no pueda esperar ni tan siquiera un año. Aquí ha venido gente que solo se han quedado tres días.  Algunos meditan solamente una vez, y luego vienen a mí y me dicen: Todavía no ha ocurrido nada.

El hombre se ha ido volviendo más y más estúpido, más y más vulgar.  Las cosas pequeñas se pueden conseguir fácilmente, son como flores estacionales: pones la semilla en la tierra, y en tres semanas germinan.  Pero, al final de la estación, se habrán marchitado.  Son momentáneas.  Hay café instantáneo, pero no meditación instantánea.  Para la mente, especialmente para la occidental, el tiempo es demasiado importante, tiene demasiado peso. Occidente está obsesionado con el tiempo.  Puede que disfrutes con estos cuentos orientales, pero tienes que ser consciente de tu obsesión por el tiempo. En Occidente todo se hace con tanta prisa que no se puede disfrutar de nada.  La gente siempre está en movimiento, va de un lado a otro, viaja a toda velocidad.  Cuanto más rápido vas, menos sentido tiene el viaje en sí, porque entonces lo único que haces es ir de punto a otro, y te pierdes todo lo que hay en medio.  Viajar en una carretera de bueyes tiene su propio encanto.  Viajar en un avión es una tontería porque no es viajar en absoluto. A no ser que se trate de un viaje de negocios.  Entonces sí.  Para los negocios está bien.  Ahorras tiempo.  Pero viajar es otra cosa, para viajar hay que ir muy despacio.  No hay nada como viajar a pie, esa es la menor manera de disfrutar de cada momento, de cada árbol que pasas. Te sientes en unidad con millones de cosas, y eso te enriquece.

Debido a la obsesión por el tiempo, la velocidad se ha convertido en la única meta.  No sabes dónde vas, pero eres muy feliz porque vas deprisa.  La dirección se ha perdido, pero la velocidad está en tus manos.

Una mente así no será capaz de buscar lo supremo porque lo supremo es eterno.  No es como una flor estacionaria: es el árbol supremo, eterno.  Para ser su suelo, para que eche raíces en ti, necesitas paciencia, una espera, infinita. Tú lo único que tienes que hacer es esperar, luego vendrá todo lo demás, te lo prometo.  Tú simplemente espera conmigo, y todo lo demás vendrá.  Pero no tengas prisa ni pidas secretos: te serán dados cuando estés preparado.  Siempre son dados. De hecho, decir que son dados no es completamente cierto.  Cuando estés preparado, de repente te darás cuenta de que lo que fuera que estuvieras intentando conseguir ya estaba dentro de ti.  Lo has tenido siempre: ya era así.  El maestro es solo un agente catalítico; él se sienta, en silencio, tranquilo, sin hacer nada. La primavera llega y la hierba crece por sí sola.

 

Suficiente por hoy.

 

 






 
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