Shivaismo Tántrico de Cachemira
El
Shivaismo
tántrico
de
Cachemira
merece
un
lugar
aparte
dentro
del
Shivaismo
en
general.
Siendo
tan
decididamente
no
dualista
como
el
Vedanta
Shankariano,
lo
iguala
por
la
profundidad
de
sus
puntos
de
vista,
pero
lo
sobrepasa
por
la
libertad
de
espíritu,
proponiendo
además
métodos
de
yoga
originales
y
a
veces
desconcertantes.
Trika,
«triada»,
es
su
nombre
genérico.
Se
puede
entender
por
ello
las
tres
energías
de
Shiva:
voluntad,
conocimiento
y
actividad;
o
bien
Shiva
mismo,
su
Shakti
y
el
individuo
limitado;
o
bien
el
triple
nivel
de
la
experiencia
sicológica:
sujeto
conocedor,
conocimiento,
objeto
conocido;
o
también
los
tres
caminos
de
retorno
hacia
lo
Absoluto:
vía
divina,
vía
de
la
energía
y
vía
del
individuo.
Se
divide
en
general
este
Shivaismo
del
Norte
en
cuatro
corrientes
principales
que,
por
otra
parte,
no
se
excluyen
mútuamente
puesto
que
los
mismos
autores
han
podido
escribir
obras
inspirándose
tanto
en
una
corriente
como
en
otra.
Cada
tradición
posee
su
literatura
propia
pero
se
refiere
además
a
los
ágamas
comunes,
bien
sea
a
los
que
se
veneran
en
el
sur,
o
bien
sea
-lo
más
a
menudo-
a
los
tratados
monistas
específicos
como
el
Vijñana
Bhairava,
el
Mâlinî-vijaya,
el
Rudra-yâmala
y
la
Parâ-trimsikâ.
1.-
La
escuela
Spanda
o
Trika.
En
el
sentido
estricto
del
termino,
aparece
a
comienzos
del
siglo
IX.
Se
apoya
esencialmente
en
los
Shiva-sutra,
77
versos
sánscritos
considerados
como
revelados
por
Shiva
mismo,
y
en
el
Spandakarika.
Como
todas
las
otras
escuelas
de
Cachemira,
está
dominada
por
el
impresionante
genio
de
Abhinavagupta
(950-1025
aprox.),
autor
de
comentarios
sobre
los
diversos
sistemas
shivaitas,
de
obras
originales
como
el
Tantraloka
(Luz
de
los
Tantra),
una
especie
de
enciclopedia
de
las
doctrinas
y
de
los
procedimientos
tántricos,
y
también
de
trabajos
famosos
sobre
la
lengua
y
la
estética.
Spanda
significa
«vibración».
Para
los
seguidores
del
la
escuela
Trika,
en
efecto,
la
puesta
en
movimiento
de
la
producción
cósmica
es
un
acto
vibrante
del
Ser
supremo
y
de
su
Energía.
Esta
ebullición
creadora,
esta
conmoción
original,
idéntica
al
aliento
de
vida
(prâna),
debe
de
ser
encontrado
en
el
centro
único
de
la
consciencia,
el
«Corazón».
Se
preconizan
sin
duda
métodos
progresivos,
pero
lo
esencial
está
definido
como
un
«impulso»
o
un
«salto»,
una
adhesión
súbita
a
lo
Real
que
transciende
completamente
la
división
entre
conocedor
y
conocido,
y
permite
al
yogui
ver
el
universo
entero
como
su
propio
«cuerpo»
o
como
la
expansión
de
su
propia
energía.
Mientras
se
siga
la
vía
inferior,
la
del
esfuerzo
individual
orientado
hacia
un
solo
objetivo
(lo
que
representa
evidentemente
un
progreso
con
relación
a
la
actividad
dispersa
del
común
de
los
hombres),
él
no
disfrutará
más
que
de
un
apaciguamiento
o
de
una
iluminación
relativa,
fugaz,
según
la
mayor
o
menor
intensidad
de
su
atención.
En
la
vía
media,
la
de
la
energía,
la
potencia
evocadora
de
la
imaginación,
el
conocimiento
de
las
impresiones
subjetivas,
emociones
violentas,
adoración
intensa,
amor,
cólera,
o
el
dominio
de
ciertos
dinamismos
ocultos
(por
medio
de
los
mantra)
le
proporcionan
una
iluminación
pasajera,
todavía
dependiente
del
mundo
fenoménico.
La
vía
superior
o
divina,
se
caracteriza
por
una
ausencia
total
de
apoyo,
de
esfuerzo,
de
recurso
a
cualquier
objeto
del
tipo
que
sea.
Esta
vía
es
inmediata,
fulgurante,
desprovista
de
duda
y
de
elección.
Su
signo
es
el
asombro.
Y
solo
puede
entrar
ahí
el
«rey
de
los
yoguin»
(yogîndra),
cuyo
pensamiento
no
se
apega
ya
más
a
nada,
ni
siquiera
a
una
Persona
divina.
Este
estado
más
allá
de
todos
los
estados
es
llamado
igualmente
«vacuidad»
(sûnyata),
no
en
el
sentido
de
irrealidad
o
de
relatividad
universal
como
en
los
budistas
Mâdhyamika
(con
los
cuales
los
shivaitas
de
Cachemira
tuvieron
durante
largo
tiempo
un
contacto
afable),
sino
en
el
sentido
de
Consciencia
absoluta,
vacía
de
objetos,
indiferenciada,
energía
fundamentalmente
libre
(svâtantrya-sakti).
Más
todavía
que
esta
metafísica,
lo
que
se
admira,
es
la
extraordinaria
riqueza
y
audacia
de
los
medios
desplegados
para
llegar
a
la
Liberación.
El
célebre
Vijñana
Bhairava
describe
así
112
«aperturas»
(mukta)
hacia
el
estado
supremo,
pudiendo
cada
técnica
incluir
a
su
vez
variantes
o
aplicaciones
matizadas.
Muchas
de
las
instrucciones
favorecen
naturalmente
la
vacuidad
(vacuidad
corporal
o
mental
o
contemplación
de
espacios
vacíos,
de
intervalos
entre
los
objetos,
entre
los
alientos,
entre
los
pensamientos,
investigación
agudizada
de
los
«intersticios»)
pero
otros
ponen
en
juego
una
intensa
energía,
una
«efervescencia»
que
apunta
a
una
especie
disolución
o
de
volatilización
del
ego
por
la
perdida
de
todo
soporte
o
referencia:
experiencia
de
terror
o
de
angustia,
agotamiento
físico,
dolor
provocado,
sueño
lúcido,
emociones
estéticas,
goces
sensuales
o
afectivos,
frustraciones
intencionadas,
juegos
de
memoria,
actos
tan
triviales
como
un
estornudo,
etc.
El
menor
acontecimiento
cotidiano,
el
menor
movimiento
pasional
cogido
en
el
momento,
en
su
«vibración»
inicial
o
bien
en
su
finalización,
su
reabsorción,
puede
de
esa
manera
llegar
a
ser
una
ocasión
de
Despertar.
«Si
uno
consigue
inmovilizar
el
intelecto
mientras
se
es
presa
del
deseo,
la
cólera,
la
avidez,
la
desorientación,
el
orgullo,
de
los
celos,
la
Realidad
que
sostiene
esos
estados,
subsiste
sola»(VB
78).
De
entre
las
112
«aperturas»
unas
pertenecen
a
la
«vía
del
individuo»
otras
a
la
«vía
de
la
energía»
otras
a
la
«vía
de
Shiva»
y
otras
comenzando
la
propuesta
en
un
nivel
inferior
o
medio
acaban
por
desembocar
en
la
Vía
Suprema
del
reconocimiento
de
la
Consciencia.
Es
por
tanto
una
vía
que
no
solamente
acepta
la
energía
sino
que
la
empuja
deliberadamente
hacia
su
paroxismo,
siendo
todo
su
arte
el
de
interrumpirla
en
seco
en
el
momento
oportuno
y
de
dejarla
entonces
refluir
de
golpe
hacia
su
centro,
su
germen,
que
se
revela
como
fuente
de
paz
suprema
y
de
alegría
infinita.
2.-
La
escuela
Kula.
Originaria
de
Assam,
se
podría
remontar
al
siglo
V.
Primeramente
extendida
en
el
sur
de
la
India,
se
propagó
en
Cachemira
entre
los
siglos
IX
y
X.
El
nombre
significa
en
primer
lugar
gran
familia,
casta
noble
o
clan
y,
por
extensión,
organización
o
cadena
iniciática
implicando
la
presencia
real
de
la
shakti.
Como
los
«perfectos»
(siddha)
y
los
«héroes»
(vira),
los
Kaula,
miembros
de
círculos
muy
cerrados,
deben
de
dominar
perfectamente
sus
sentidos
y
su
pensamiento,
haber
superado
todas
las
dudas
y
todos
los
miedos,
poseer
un
corazón
puro,
libre
de
codicia
y
de
apego,
y
haber
recibido
la
iniciación
de
un
guru
del
mismo
linaje.
Solo
en
estas
condiciones
pueden
entonces
vivir,
en
un
marco
ritual
y
protegido,
ciertas
experiencias
prohibidas
o
desaconsejadas
a
los
hombres
ordinarios
(los
pasu)
dominados
por
la
rutina
y
la
codicia,
y
llegar
a
la
Liberación
incluso
utilizando
medios
que
son,
para
la
mayor
parte
de
nosotros,
causa
de
degradación
o
de
dependencia
(según
el
proverbio
tántrico
de
«transformar
el
veneno
en
remedio»).
Se
trata
por
lo
tanto
de
un
autentico
yoga
pero
muy
diferente
del
yoga
clásico
y,
según
sus
adeptos,
más
completo
puesto
que
realiza
la
unión
de
los
contrarios,
espiritualizando
el
cuerpo
y
«corporalizando»
el
espíritu.
«Se
dice
que
el
yogui
no
puede
gozar
del
mundo
y
que
aquel
que
goza
del
mundo
no
puede
conocer
el
yoga:
pero
en
la
vía
de
los
Kaula
hay
al
mismo
tiempo
gozo
(bhoga)
y
yoga»
(Kulârnava-tantra
I,23).
En
el
momento
en
el
que
él
efectúa
la
unión
sexual,
el
yogui
debe
de
ser
capaz
de
abstraerse
del
placer
simplemente
carnal
para
absorberse
en
la
felicidad
pura
(ânanda)
que
es
la
naturaleza
esencial
del
Ser.
El
uso
lúcido
del
alcohol,
el
consumo
de
platos
excitantes
y
la
participación
de
la
mujer
iniciada
no
tienen
otro
objetivo
que
el
de
revelar
y
amplificar
esta
felicidad
vibrante.
Tales
prácticas,
para
dar
todo
su
fruto,
deben
de
ser
llevadas
paralelamente
con
la
ascensión
de
la
kundalini.
Dicho
de
otro
modo,
aquello
que
otros
yoguis
realizan
sin
la
ayuda
de
una
mujer
exterior,
por
un
proceso
puramente
endógeno,
aquí
es
vivido
en
pareja,
la
Energía
o
kundalini
estando
encarnada
en
la
compañera
femenina
transubstanciada
en
«Diosa»,
mientras
que
el
hombre,
representante
del
polo
Consciencia
se
identifica
con
Shiva.
Se
puede
ver
el
alto
grado
de
interiorización,
de
preparación
y
de
capacidad
metafísica
que
este
rito
(
y
en
general
toda
la
propuesta
tántrica
en
la
que
el
sexo
solo
ocupa
una
mínima
parte)
exige
por
ambas
partes
para
no
degenerar
en
parodia,
como
desgraciadamente
estamos
viendo
hasta
la
saciedad
en
los
medios
pseudo-tántricos
modernos
que
tanto
se
propagan
por
Occidente
y
en
los
que
se
pretende
pasar
por
Tantrismo
y
por
espiritualidad
lo
que
no
es
más
que,
en
el
mejor
de
los
casos,
una
terapia
de
dudoso
resultado,
cuando
no
hedonismo
puro
y
simple,
y
que
deja
a
las
personas
enganchas
más
si
cabe
en
las
formas
en
vez
de
impulsarlas
hacia
las
esencias.
3.-
Escuela
Krama.
Una
corriente
esotérica
vecina
aparece
en
Cachemira
hacia
el
final
del
siglo
VII
bajo
apelaciones
diversas:
Krama
(«progresión»,
alusión
a
su
método
gradualista,
menos
directo
que
el
Kula),
Mahârthadarsana
(«doctrina
del
sentido
absoluto»),
Kâlînaya
(a
causa
de
su
devoción
a
la
diosa
Kâlî),
etc.
Este
movimiento
atribuye
una
importancia
especial
a
la
transmisión
iniciática
a
través
de
las
mujeres.
Se
dice
que
uno
de
sus
dos
primeros
maestros
Sivânanda,
instruyó
varias
yoguinî
que
a
su
vez
formaron
varios
discípulos
masculinos.
En
ciertos
âgama
de
la
escuela,
es
la
Diosa
la
que
prodiga
la
enseñanza
respondiendo
a
las
preguntas
de
Shiva,
reducido
al
papel
de
discípulo.
Todas
las
funciones
(creación,
conservación,
disolución,
estado
inefable,
libertad),
todos
los
aspectos
(consciencia,
felicidad,
voluntad,
conocimiento,
acción)
que
se
refieren
normalmente
al
dios,
se
ven
transferidos
a
la
Shakti.
Llegando
a
ser
la
Shakti
Principio
supremo,
y
sustituyendo
a
Shiva
en
tanto
que
fuente
y
fin
de
todas
las
cosas,
es
ella
la
que
«vomita»
el
universo
y
lo
«reabsorbe»
al
fin
de
cada
ciclo
cósmico,
es
ella
la
que
transforma
la
sucesión
temporal
dolorosa
en
Tiempo
absoluto,
indiviso,
inmutable.
Se
encuentran
por
otra
parte
en
esta
escuela
especulaciones
grandiosas
sobre
el
cosmos
comparado
a
una
rueda
inmensa,
homogénea
y
perfecta,
cuyo
núcleo
es
la
Consciencia
divina.
Corazón
universal
a
partir
del
cual
irradian
innombrables
energías.
Esta
rueda
gira
sin
cesar
pero
tan
rápido
que
parece
inmóvil.
Situado
en
el
punto
central,
la
pareja
divina
suscita
y
dirige
el
movimiento;
la
Diosa
proyecta
el
universo
(acción
centrífuga)
y
Shiva
lo
reabsorbe
(acción
centrípeta).
El
yoguin
que
llega
al
centro
de
la
rueda,
en
el
cual
todas
las
energías
se
juntan
en
modo
simultáneo,
goza
de
una
paz
total
al
mismo
tiempo
que
de
una
ebriedad
maravillosa
puesto
que
él
puede
ver
en
la
periferia,
sin
estar
afectado
por
ella,
la
ronda
siempre
renovada
de
las
experiencias
y
de
los
fenómenos.
Como
los
Kaula,
los
iniciados
del
Krama
se
reunían
secretamente
en
los
«grandes
banquetes»
en
los
que
practicaban
la
unión
ritual.
Pero
al
contrario
de
los
métodos
inspirados
por
el
hatha-yoga
y
basados
en
el
esfuerzo
sistemático,
ellos
ponían
el
acento
en
la
espontaneidad,
la
verdad
natural
de
cada
individuo,
la
perfección
innata
que
simplemente
se
trata
de
restaurar
situándose
en
una
corriente
vibratoria
propicia,
una
justa
sinergia
de
los
corazones:
orientación
no
extraña
a
los
adeptos
del
budismo
tántrico
(Vajrayâna)
contemporáneo
al
que
se
llamaba
sahajiyâ
y
del
cual
los
herederos
parciales
han
sido
-no
sin
influencias
visnuitas
y
sufíes-
los
Bâuls
de
Bengala.
4.-
Escuela
del
Reconocimiento.
La
cuarta
escuela
Shivaita
de
Cachemira,
la
más
reciente,
fue
fundada
al
final
del
siglo
IX
por
Somânanda
y
sistematizada
por
su
discípulo
Utpaladeva.
Muy
elaborada
y
refinada
en
el
plano
metafísico
y
cosmológico,
en
compensación
es
espontaneista
y
directa
en
el
único
medio
que
ella
preconiza
para
acceder
a
lo
«sin-acceso»:
el
Reconocimiento
(de
ahí
el
nombre
de
esta
corriente:
Pratyabhijña);
es
decir;
la
toma
de
consciencia
intuitiva,
inmediata,
por
el
corazón,
de
Shiva
en
nosotros
y
en
el
universo.
Esta
identificación
del
«yo»
individual
con
el
«YO»
universal
no
requiere
ningún
esfuerzo,
ningún
proyecto,
ninguna
estrategia.
Se
expande
por
si
misma
tan
pronto
como
el
pensamiento
deja
sus
construcciones
artificiales.
La
iluminación
no
depende
de
un
entrenamiento
voluntarista
y
progresivo,
como
en
la
mayor
parte
de
los
yogas,
sino
de
una
visión
instantánea
de
la
naturaleza
real
de
ni
importa
que
objeto
percibido.
Por
su
simplicidad
vertiginosa,
esta
«no-vía»
(an-upâya)
no
deja
de
recordarnos
al
budismo
Zen.