Namkhai Norbu: Dzogchen
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En esencia, la enseñanza dzogchén se ocupa del
Estado primordial que, desde el comienzo mismo, ha constituido la naturaleza
intrínseca de cada individuo. La vivencia de dicho Estado es la vivencia de
nuestra verdadera condición: somos el centro del universo, aunque no en el
sentido egoico y egoísta propio de nuestra experiencia ordinaria. La conciencia
egocéntrica ordinaria no es otra cosa que la jaula limitada de la visión
dualista que excluye la vivencia de nuestra verdadera naturaleza: la vivencia
del espacio del Estado primordial. Descubrir el Estado en cuestión es Comprender
la enseñanza dzogchén, cuya transmisión tiene como función el comunicar dicho
Estado: quien lo ha descubierto y se ha establecido en él lo transmite a quienes
están atrapados en la condición dualista. Incluso el nombre “dzogchén”, que
significa “Gran Perfección”, se refiere a la autoperfección de este Estado,
fundamentalmente puro desde el comienzo, en el cual no hay nada que rechazar o
que aceptar.
Para entrar en el Estado primordial y Aprehenderlo así directamente, uno no
necesita conocimientos intelectuales, culturales o históricos. Por su propia
naturaleza, dicho Estado está más allá del alcance del intelecto. Sin embargo,
cuando la gente encuentra una enseñanza que no conocía con anterioridad, en
seguida quiere saber dónde surgió, de dónde vino, quién la enseñó y así
sucesivamente. Aunque lo anterior es perfectamente comprensible, no se puede
decir que el dzogchén mismo pertenezca a la cultura de ningún país. Por ejemplo,
hay un tantra del dzogchén llamado Dra Talyur Tsawe Guíüb que afirma que la
enseñanza dzogchén se encuentra también en otros trece sistemas solares
distintos del nuestro; en consecuencia, ni siquiera podemos decir que la
enseñanza dzogchén pertenezca al planeta Tierra. ¿Cómo podría decirse entonces
que pertenece a alguna cultura nacional particular? Aunque es cierto que la
tradición dzogchén que vamos a considerar ha sido transmitida a través de la
cultura del Tibet, que la ha conservado desde el comienzo de la historia
conocida de ese país, no podemos concluir, sin embargo, que el dzogchén sea
tibetano, ya que el Estado primordial no tiene nacionalidad y se encuentra en
todas partes.
Sin embargo, también es cierto que en todas partes los seres sensibles han
entrado en la visión dualista que oculta la vivencia del Estado primordial. Y
cuando los seres realizados han entrado en contacto con ellos, sólo raras veces
han sido capaces de comunicar el Estado en cuestión de manera completa sin
palabras o símbolos; en consecuencia, han tenido que usar como medio de
comunicación la cultura en la cual lo han transmitido. Así pues, a menudo ha
sucedido que la cultura y las enseñanzas se han encontrado entrelazadas y, en el
caso del Tibet, esto es cierto a tal punto que no es posible comprender la
cultura del país sin una comprensión de las enseñanzas.
Esto no significa que la enseñanza dzogchén se haya difundfdo ampliamente en el
Tibet y llegado a ser bien conocida por todos; la verdad es más bien lo
contrario. Dicha enseñanza siempre estuvo reservada, pues es tan directa que
mucha gente le tenía algo de miedo y, en consecuencia, en cierta medida siempre
hubo que mantenerla en secreto. Sin embargo, no cabe duda de que ella constituye
la esencia de todas las enseñanzas tibetanas. Incluso en la antigua tradición
bón’ —la tradición, en gran parte chamánica, que es indígena del Tibet y que
antecede la llegada del budismo desde la India— existía una enseñanza dzogchén.’
Así pues, aunque las enseñanzas dzogchén no pertenecen ni al budismo ni al bün,
podemos considerarlas como la esencia de todas las tradiciones espirituales
tibetanas, tanto dentro de la primera de dichas religiones como dentro de la
segunda. Entendiendo esto, y teniendo en cuenta el hecho de que las tradiciones
espirituales del Tibet constituyen la esencia de la cultura tibetana, podemos
usar las enseñanzas dzogchén como una clave para la comprensión de esa cultura
como totalidad. En efecto, todos los aspectos de la cultura en cuestión
surgieron como facetas de la visión unificada de los maestros realizados de las
distintas tradiciones espirituales.
La claridad del Estado primordial —esencia de la experiencia de muchos maestros—
funcionó como un cristal en el corazón de la cultura, que proyectó las formas
del arte y la iconografía, la medicina y la astrología tibetanas, como
brillantes rayos o reflejos. Si comprendemos la naturaleza del cristal,
comprenderemos mejor los rayos y reflejos que de él emanaron.