LA REVOLUCION: SOBRE LA POESIA Y LAS CANCIONES DE KABIR
UNA LLAMADA CON
LA MANO
En las fuentes sagradas sólo hay agua, lo sé, me he bañado en ellas.
Los dioses esculpidos en madera y marfil no pueden hablar.
Lo sé, les he estado clamando.
Los libros sagrados de Oriente sólo son palabras. He ojeado sus portadas por
encima.
Kabir sólo habla de lo que ha vivido.
Si no has vivido algo, no es verdad.
He estado pensando en la diferencia entre el agua y las olas que surgen en ella,
el agua sigue siendo agua que vuelve a caer.
Es agua. ¿Puedes darme algún indicio para diferenciarlas?
Simplemente porque a alguien se le haya ocurrido la palabra «ola», ¿acaso tengo
que diferenciarla del «agua»?
Dentro de todos nosotros hay un ser secreto; los planetas de todas las galaxias
pasan por sus manos como si fuesen cuentas.
Es un rosario de cuentas que uno debería mirar con ojos resplandecientes.
Los dioses del pasado están muertos y no los podemos resucitar. Ya no son
relevantes para la conciencia humana; han sido creados por una mente inmadura.
El hombre ha madurado. Ahora necesita una visión diferente de los dioses, otro
tipo de religión. Necesita que le liberen de su ayer, porque sólo así será
posible el mañana. Para que llegue lo nuevo, tiene que morir lo viejo.
Afortunadamente, han desaparecido los antiguos dioses, pero a la humanidad le
cuesta decirles adiós. Se ha acostumbrado a ellos. Han servido de gran consuelo,
alivio y utilidad, daban una cierta seguridad. Al abandonarlos se siente miedo,
se siente temor.
La mente quiere quedarse con lo conocido porque le es familiar, lo conoce. La
mente siempre tiene miedo de ir hacia lo desconocido. Lo desconocido, por una
parte, es un reto, atrae, y por otra provoca temor. Es impredecible, no se puede
saber de antemano cuál será el resultado. Pero la mente siempre es ortodoxa,
convencional. La mente es la convención, es tradicional, es la tradición. De
modo que el problema siempre está presente, la mente se aferra al pasado y la
vida quiere ir hacia el futuro, y hay un tira y afloja constante entre la mente
y la vida.
Los que eligen la mente están muertos. Los que eligen la vida en contra de la
mente son la chispa de la vida.
No es simplemente que los dioses del ayer estén muertos, sino que el mismo
concepto de un dios personal ha dejado de tener sentido. En el futuro no habrá
dioses y ni siquiera habrá un dios, sólo habrá divinidad. Intenta comprenderlo.
En el futuro dios no podrá tener forma, y si insistes en la forma no habrá
religión. Sólo es concebible la ausencia de forma; no una persona, sino una
cualidad; no un ser, sino una energía; no un dios, sino divinidad; no una
religión en particular —cristianismo, hinduismo, islamismo—, sino religiosidad.
Si puedes darte cuenta de esto, tu vida experimentará una gran transformación.
El ser del futuro es aquel que puede entender que hay que abandonar a Dios en
favor de la divinidad, y que las religiones tienen que desaparecer en favor de
la religiosidad. Y yo sólo hablo para las personas que pertenecen al futuro. No
me interesan los muertos, no me interesan los cementerios. Los cementerios
pueden ser muy bonitos... pero no se trata de eso, siguen siendo cementerios. La
vida es una aventura. Una aventura constante, una aventura constante hacia lo
desconocido. Ahí es donde diverge el camino de la lógica y la vida. La lógica se
queda con lo antiguo. La lógica no puede dar un salto, no puede dar un salto
cuántico, su propia naturaleza se lo impide. Tiene que ir paso a paso, tiene que
observar cada premisa. La conclusión es algo que estaba implícito en las
premisas y se ha manifestado; no es nada nuevo. La lógica nunca llega a nada
nuevo, sólo hace que lo antiguo se manifieste. Hace que lo antiguo se entienda,
que esté claro, transparente. Pero nunca llega a nada nuevo. No puede hacerlo
porque dentro de lo antiguo no hay un contexto para lo nuevo. Por eso es nuevo,
porque no parte de lo antiguo. Es absolutamente nuevo. No sale de ninguna parte;
sale de la nada. No se origina en el pasado.
Por eso afirmo que se trata de un salto cuántico. No va paso a paso, no sigue un
razonamiento. No es un silogismo, sino una canción; y surge de tu ser, si tú se
lo permites. Es misterioso. No se puede explicar, porque todas las explicaciones
surgen del pasado. Se mantiene sin explicación. Ésa es su belleza, su misterio,
su magia y su prodigio. Es una experiencia ¡Ajá!
Es algo que se puede tener, sin embargo, no se puede plasmar en una teoría. En
cuanto lo haces, la vida se convierte en muerte, reduces la vida a muerte.
En el momento que intentas analizar algo —y explicación significa análisis,
disección— estás destruyendo su unidad orgánica. Fíjate en una rosa, está ahí
con toda su belleza, pero no tiene explicación, es inexplicable. Está ahí para
quererla, para celebrarla. Puedes bailar a su alrededor, puedes sentarte en
silencio con ella y te proporcionará mucha felicidad y clarividencia; pero la
mente necesita explicaciones. La mente dice: «¿Cuál es el significado de una
rosa?». No tiene ningún significado. Está más allá del significado. Estás
buscando una explicación de por qué existe la rosa y para qué, y así pierdes
todo contacto con su realidad, estás absorto en la mente, que procede del
pasado. De ese modo puedes compararla con otras flores o diseccionarla e
intentar captar su realidad por medio del razonamiento.
Cuando llegas a entenderla —podrás entender su química, pero no su poesía—,
cuando llegas a entender su química, cuando puedas darle una explicación, la
rosa habrá desaparecido. La flor habrá dejado de existir. Tendrás en tus manos
algunas sustancias químicas que no son la flor. Puede que sean lo que la
constituye, pero no su unidad orgánica. Eso es lo que quiero decir con poesía.
Cuando una cosa es más que la suma total de las partes, hay poesía. No se puede
reducir el todo a la parte, porque el todo tiene algo que la parte no puede
tener: unidad orgánica. No se puede aprehender, no se puede asir con la mano, no
se puede resumir en una teoría, no se puede escribir un trabajo científico
acerca de ello. No se puede agarrar, es inasible. Cuanto más lo persigues, más
se te escapa. Para conocerlo de verdad tienes que disfrutarlo, tienes que
amarlo.
Pero el amor no da explicaciones. Da mucha clarividencia, intuición, visión,
pero no tiene explicaciones. No se puede plasmar en una doctrina, en un dogma.
El futuro les pertenecerá a quienes tengan poesía en el corazón. El pasado ha
sido demasiado lógico. Hasta las personas «religiosas» eran eminentemente
lógicas. Hilaban y tejían la lógica en nombre de la teología; creaban la
filosofía en el nombre de Dios. En el pasado, la forma más elevada de religión
era la filosofía, y la forma inferior era la superstición. Pero ambas son
falsas. La religión tiene que ser poética, necesita que haya un cierto
misticismo.
Kabir es un precursor, un heraldo del futuro, la primera flor que anuncia la
primavera. Es uno de los grandes poetas de la religión. No es un teólogo, no
pertenece a ninguna religión. Todas las religiones le pertenecen, pero él es lo
suficientemente grande como para contenerlas a todas. No le define ninguna
religión en particular. Es hinduista, musulmán, cristiano, jainista y budista.
Es enormemente bello, muy poético; es una gran orquesta.
Y era completamente analfabeto. Era un hombre humilde; un tejedor. Esto es algo
insólito en la India porque Buda era el hijo de un rey, lo mismo que Mahavira,
Rama o Krishna.
La India siempre ha tenido mucho interés en la riqueza, a pesar de que sus
gobernantes vayan diciendo por el mundo que es espiritual. Ha sido muy
materialista y no ha sido sincera al respecto. Incluso cuando hablan en contra
de las cosas materiales, los indios están siendo materialistas. Si alaban a Buda
es porque renunció a su reino; siguen valorando el reino. Si lo veneran es
porque renunció a toda su riqueza.
Kabir es un hombre poco corriente, es un hombre humilde. Con Kabir, por primera
vez, se reconoce a un hombre humilde como hombre de Dios. Hasta entonces,
siempre había sido monopolio de reyes, príncipes y personas acaudaladas.
Kabir es el Jesucristo de Oriente. Jesucristo también era analfabeto —era hijo
de un carpintero— y hablaba como Kabir. Hay muchas similitudes entre los dos.
Los dos pertenecen al mismo mundo, son muy llanos, pero ambos tienen grandes
percepciones. No son sofisticados, cultos ni civilizados. Tal vez por eso sus
palabras sean tan potentes. Su sabiduría no proviene de la universidad, jamás
fueron a la escuela. Su sabiduría es sabiduría popular, surge de su propia
experiencia; no es algo que hayan aprendido, no es intelectual. No son sabios ni
eruditos, sino gente corriente. En Oriente, con Kabir, el hombre pobre llega,
por primera vez, a proclamar la belleza de Dios. Para un pobre es muy difícil
proclamar la gracia de Dios, es muy difícil ser religioso. En mi opinión, un
hombre rico que no sea religioso es estúpido. Si eres rico es inevitable que
tengas una conciencia religiosa. No tienes que estar tan atento porque tu propia
riqueza te demuestra la futilidad de este mundo. Cuando lo tienes todo, es
inevitable que te vuelvas religioso, porque si puedes tener todo lo que quieras,
hasta un tonto se daría cuenta de que no hace falta ser demasiado inteligente
para ver que «lo tengo todo y dentro de mí no hay nada». Si no le sucede esto a
un rico es porque es muy tonto, es absolutamente idiota.
Para un pobre es muy difícil ser religioso, tiene que ser muy inteligente porque
no tiene nada. Si eres pobre es muy difícil que te des cuenta de que el mundo no
tiene sentido. No lo has experimentado; hay que tener mucha perspicacia para ver
la futilidad de todo lo que no tienes. Por eso aprecio más a un Jesucristo o a
un Kabir que a un Buda o un Mahavira. Ellos lo tenían todo; vivieron la vida.
Buda tenía a su alcance a todas las mujeres hermosas de su reino. Es normal que
se diera cuenta de que la belleza física no tenía ningún valor, que era un
sueño. Tenía todos los lujos que se pudieran desear hace veinticinco siglos. Si
él fue capaz de darse cuenta de que no nos satisfacen, no hay que ser muy
inteligente. No nos satisfacen, podemos demostrar con la experiencia que sigue
habiendo la misma insatisfacción.
Pero para Kabir o Jesucristo era mucho más difícil. No eran reyes sino personas
humildes; ni siquiera tenían cubiertas sus necesidades básicas. Todavía podían
seguir esperando, soñando, deseando. Hay que ser un gran genio para darse cuenta
de que el mundo no tiene sentido. De modo que, aunque Kabir es analfabeto, tiene
una gran inteligencia y una visión tan penetrante que es capaz de ver la
futilidad de lo que no conoce. Su percepción es tan fina que puede VERLO sin
necesidad de tenerlo en sus manos. Entrevé, por primera vez, una futura
religión.
La religión futura no se basa en los rituales. No habrá mucha veneración y sí
mucha celebración. De hecho, la celebración es la única forma de venerar. Se
bailará y cantará mucho, pero a ningún dios en particular, sino a la existencia
misma. Será un efluvio del corazón, una comunión del corazón. Basta con bailar
sin que sea para alguien. Basta con cantar sin que vaya dirigido a nadie. Basta
con rezar sin que sea en un templo, una iglesia o una mezquita. De hecho, ni
siquiera hay que rezar, basta con tener un corazón devoto. Será una religión que
no estará reducida a una doctrina, a un dogma; una religión que no te
proporcionará una filosofía, y, sin embargo, te dará una visión de una dimensión
de la realidad diferente.
Kabir, recuerda, fue un rebelde. Yo hago una gran distinción entre rebelde y
revolucionario. Un revolucionario no es muy revolucionario. Un revolucionario
está en contra de algo pero es un extremista. Lo ortodoxo, convencional,
tradicional es de derechas y lo revolucionario es de izquierdas, pero están
jugando el mismo juego. Así como la mano derecha y la izquierda pertenecen a la
misma persona, una mentalidad de derechas o de izquierdas pertenece a la misma
mente. He oído hablar de un gran santo ruso que se llamaba Avvakum. Él creía que
había que hacer la señal de la cruz con dos dedos (que simbolizan la naturaleza
dualista de Jesucristo; Jesucristo es a la vez hombre y Dios), y no con tres
dedos (que simbolizan la trinidad). Era considerado un revolucionario.
¿Que tontería es ésta? ¿Qué diferencia hay entre hacer la señal de la cruz con
dos dedos o con tres? Pero se le consideraba un gran santo revolucionario. Y la
gente debía de creer en esto firmemente porque lo crucificaron, lo mataron. Los
que asesinaron eran idiotas y Avvakum tampoco debía de ser muy inteligente. Fue
tan inflexible sobre esta cuestión que al final, cuando por cortesía de la
Iglesia se lo tragaron las llamas en 1682, él se santiguó desafiante y
provocadoramente con dos dedos.
¿Qué es lo revolucionario de esto? Es intrascendente que se trate de dos o tres
dedos. Nuestros revolucionarios siempre son así. Los ortodoxos son idiotas y los
revolucionarios tampoco son muy inteligentes. Hacen lo mismo, pero en el polo
opuesto. Pero se trata de polos que tienen la misma energía, el mismo tipo de
mente.
La religión no es revolucionaria, no es ortodoxa, es rebelión. Estas nuevas
dimensiones no están ni a la derecha ni a la izquierda, sino por encima. Encima
es un planteamiento completamente nuevo cuyas premisas y metas trascienden los
arriba y abajo convencionales. Tanto derecha como izquierda son convencionales,
están abajo. La rebelión es una dimensión que está arriba, no está a la derecha
ni a la izquierda. Es un tipo de energía totalmente nuevo, va hacia arriba;
tiene otra visión de la vida.
Kabir cree en la dimensión superior. ¿Qué es arriba? El pasado está abajo, lo
viejo está abajo, lo conocido está abajo.
Lo que no nos es familiar, lo desconocido, lo misterioso, está arriba. No
pertenezcas nunca a la dimensión de lo que está abajo. Ahí es donde está todo el
mundo. Los cristianos, los hinduistas, los musulmanes, los jainistas y los
budistas siguen viviendo como si todavía fueran a cuatro patas. No vuelan. La
religión te otorga alas para volar hasta el infinito.
Deberás tenerlo en cuenta cuando escuches los sutras de Kabir. Te chocará, te
hará pedazos la mente. Te destruirá por compasión y generará dentro de ti una
especie de vacío, porque Dios sólo puede existir en ese vacío; Dios como
divinidad. Sólo en ese vacío hay meditación, sólo en ese vacío empiezas a ver
por primera vez. Nicolás de Cusa señaló que la palabra Deus proviene de theoro.
Theoro es una hermosa palabra de la que se deriva «teoría». «Teoría» se ha
vuelto algo muy feo, pero «theoro» es una palabra hermosa, simplemente quiere
decir «veo».
La religión te da ojos, es claridad. Pero recuerda, la claridad no te da
explicaciones aunque te permite vivir, te permite amar. La claridad no te da
significados sino significación. Son dos cosas distintas. El significado es algo
mental, la significación es una experiencia vital, existencial. He oído que
Albert Einstein solía decir: «La religión sin ciencia está ciega, y la ciencia
sin religión está coja». Yo estaría de acuerdo haciendo un pequeño cambio, pero
es un cambio sustancial. Einstein dice: «La religión sin ciencia está ciega».
Eso no es correcto, sería mejor al revés: «La religión sin ciencia está coja, y
la ciencia sin religión está ciega», porque la religión te da ojos. Te da una
percepción de la realidad, una percepción exterior e interior. Sí, es cierto, la
ciencia sin religión está coja, no puede andar. Esto se puede comprobar en
Oriente, Oriente está cojo, realmente cojo. Y Occidente está ciego, realmente
ciego. La ciencia te da energía, poder, velocidad, tecnología, pero no te aclara
qué hacer con todo ello. Te da percepción de la materia, pero no de tu propio
ser. De modo que esta percepción de la materia se va convirtiendo en más
tecnología cada vez sin que sepamos qué hacer con ella. Si tienes tecnología
tienes que saber qué hacer con ella. La ciencia te da poder sin darte sabiduría,
ése es el peligro. Y la religión te da sabiduría sin darte poder, ése es el
peligro. En Oriente, la gente tiene ojos pero no tiene poder para hacer nada.
En el futuro habrá otro tipo de síntesis; la ciencia y la religión se
encontrarán y se fundirán. Entonces el hombre no estará cojo ni ciego. El
enfoque de Kabir te dará muchos atisbos del futuro, del tipo de religión que
podrá existir. Muchas veces te escandalizará, te molestará. Pero recuerda que el
crecimiento siempre es doloroso, y con Kabir puedes crecer mucho.
A Kabir no le interesa darte respuestas porque sabe perfectamente que no hay
respuestas. El juego de las preguntas y las respuestas no es más que un juego;
eso no significa que Kabir no contestara las preguntas de sus discípulos, lo
hacía, pero lo hacía jocosamente. Hay que recordar esta característica. Él no
era un hombre serio; ningún sabio puede serlo.
La seriedad forma parte de la ignorancia, la seriedad es una sombra del ego. Un
sabio nunca es serio. Al menos con Kabir las respuestas no pueden ser serias,
porque cree que la vida no tiene sentido y no cree que haya que distanciarse de
ella para observarla y encontrar su significado. Él cree en la participación. No
quiere que te conviertas en un espectador, un especulador, un filósofo. Él dice:
¡salta a la vida!, hazte parte de ella, late con ella. Y así podrás saber,
aunque luego no seas capaz de transferir tu conocimiento por medio de las
palabras a nadie. La verdad no se puede transferir. Pero te convertirás en la
verdad, serás una luz en la noche oscura de la vida y te convertirás en una
senda en esta jungla de la vida.
Muchas personas tendrán percepciones en tu presencia, serás un catalizador pero
no podrás dar respuestas preconcebidas. No puede haber una respuesta seria a la
pregunta sobre el sentido de la vida, porque preguntar sobre la vida es
mantenerse al margen pretendiendo no formar parte de ella. Y entonces habrás
dado un paso en falso desde el primer momento. Si el primer paso está mal dado,
los demás pasos también estarán mal. Las preguntas, como mucho, pueden ser un
tipo de juego y hay que disfrutarlas como tales. No hay respuestas correctas
sino ligeras. Lo voy a repetir: no hay respuestas correctas, sino respuestas
ligeras; los que conocen el juego las dan y las reciben con ligereza.
Ése es el juego entre maestro y discípulo. Lo que Kabir ha dicho no estaba
escrito, sino que lo decía dirigiéndose a sus discípulos. Era una efusión
espontánea de su corazón. Él era cantante, poeta. Cuando alguien le hacía una
pregunta se ponía a cantar una canción espontáneamente. Nadie cantaba canciones
como las suyas.
Un iluminado no es más que un necio. Recuerda, mientras estés en compañía de
Kabir, que un iluminado no es más que un necio. El darse cuenta de que sólo es
un necio es lo que le permite a alguien estar iluminado. «Mi mente es como la de
un necio», dice Lao Tzu. Kabir estaría absolutamente de acuerdo. «Qué vacía está
—dice Lao Tzu—, tan vacía como la mente de un necio.» La vacuidad no se toma
nada en serio, no pone a ninguna cosa por encima de otra. No alaba nada, lo
celebra todo.
A Kabir le gusta celebrar. Lo celebra todo, todos los colores de la vida, el
arco iris por completo. Lo que dice no es filosofía sino pura poesía. No es
religión, sino que indica con la mano, es una puerta medio abierta, un espejo
limpio. No es un camino de vuelta a casa, es un camino de vuelta a la
naturaleza.
Para Kabir, la naturaleza es Dios: los árboles, las rocas, los ríos, las
montañas. No cree en los templos, las iglesias y las mezquitas; sólo cree en la
realidad viva. Ahí está Dios, respirando, floreciendo, fluyendo. ¿Y tú adónde
vas? Vas a un templo construido por el hombre para adorar un ídolo, también
creado por el hombre, a su imagen y semejanza. Kabir os hace salir de los
templos y las mezquitas. ¿Qué estáis haciendo ahí? Os hace volver para celebrar
la vida.
He oído esta anécdota:
Una vez un estudiante le preguntó al viejo maestro zen, D. T. Suzuki:
—Cuando utilizas el término realidad ¿te refieres a la realidad relativa del
mundo físico o a la realidad absoluta del mundo espiritual?
Sin decir nada, Suzuki cerró los ojos. Al cabo de un minuto que pareció mucho
más que un minuto, Suzuki abrió los ojos y dijo:
—Sí.
Así es como responde un sabio. Las preguntas no quieren decir mucho, sean las
que sean. Las respuestas no quieren decir mucho, sean las que sean. Hay que
vivir la vida sin preguntar ni responder, sólo así podrás vivirla en toda su
autenticidad.
Por lo tanto, ve a la vida ya que es el único templo en el que puedes encontrar
a Dios. Vete en silencio, con inocencia, sin preguntar ni responder, con
desconocimiento. Simplemente ve y deja que tome posesión de ti.
No intentes poseer la vida; eso es lo que pretende hacer el ego. No intentes
agarrarla, deja que te posea. Deja que te arrolle, que te inunde, y así sabrás.
Sabrás de manera tan profunda que no serás capaz de decir: «Yo sé». Lo sabrás
tan dentro de ti que no podrás reducirlo a un conocimiento. Sólo lo superficial
se puede reducir a un conocimiento. Cuanto más profunda es una verdad, más
difícil es reducirla a un conocimiento. El conocimiento es muy anodino y la
verdad está muy viva. El conocimiento no tiene sangre, no tiene corazón. La
verdad es el latido del corazón, la circulación de la sangre, el aire que
respiras, el amor, el baile.
Éstos son los sutras:
En las fuentes sagradas sólo hay agua...
En Oriente se cree en las fuentes sagradas desde hace muchos años. Yendo al
Ganges te purificas; no tienes que hacer nada más. Es muy barato y muy fácil de
hacer, pero también es muy engañoso; te has dejado engañar por los clérigos.
Dice Kabir: «En las fuentes sagradas sólo hay agua». Se provee de un martillo y
empieza a destrozar la religión. Para los indios las fuentes sagradas tienen un
inmenso valor. El agua, sin duda, limpia el cuerpo, pero no puede limpiar el
alma. ¿Cómo puede limpiarte la conciencia? Si has obrado mal, basta con que te
des un baño en el Ganges y crees que eso lo arregla. Un día señalado, un
seguidor de Ramakrishna le pidió permiso para ir al Ganges. Ramakrishna no era
como Kabir. Era muy educado, jamás empuñaría un martillo. Pero la verdad es la
verdad. Te golpeaba con una flor y no con un martillo, pero aun así, golpeaba;
y, a veces, una flor puede hacer más daño que un martillo.
—Muy bien, vete —le dijo—. El Ganges es muy bonito, te purifica. Pero recuerda,
no vuelvas, quédate en el Ganges para siempre, porque en cuanto te vayas, habrá
desaparecido el efecto. ¿Has visto los árboles que hay en las orillas del
Ganges?
El devoto dijo:
—Sí. Hay unos árboles muy altos.
—¿Alguna vez te has preguntado —dijo Ramakrishna— por qué están ahí?
—No —respondió—, no había pensado en ello.
—Cuando te bañas en el Ganges y te sumerges —dijo Ramakrishna—,
el Ganges es tan puro que, naturalmente, todos tus pecados desaparecen al
instante, pero se trepan a esos árboles y, en cuanto pases de vuelta a casa,
volverán a saltarte encima.
Están diciendo lo mismo. Pero la forma de hablar de Ramakrishna y de Kabir es
diferente. Kabir es brusco, Ramakrishna es educado.
Fijaos en la estupidez de la mente humana. Durante miles de años se ha creído
que si vas a una fuente, a un río o a un estanque sagrado, todo se arreglará. Y
hay otras personas que creen en otras cosas, como ir a ciudades sagradas como
Jerusalén, al Muro de las Lamentaciones o a La Kaba. Es una actitud estúpida.
Quieres encontrar una forma fácil de desembarazarte de todo lo que has hecho sin
tener que hacerte responsable. No quieres transformarte, por eso buscas cosas
fáciles.
Pero tú sigues igual.
El hombre no cambia simplemente por eso. Todas esas cosas fueron un gran
consuelo. Un asesino va al río, al río sagrado, se da un baño y vuelve a estar
como antes. Es lo mismo que hacen los cristianos al confesarse. Vas a confesarte
con un sacerdote y crees que basta con eso. Al día siguiente estás dispuesto a
volver a repetirlo. Puedes ir al Ganges todos los años, darte un baño, y así
limpiarás todo el año y serás virtuoso. Si te paras a pensarlo, es una
estupidez. Pero el ser humano ha vivido así hasta ahora. En nombre de la
religión, el hombre sigue posponiendo su transformación. La verdadera religión
debería ser una fuerza transformadora. Pero lo que entendemos por religión no ha
sido una fuerza transformadora, sino todo lo contrario, un impedimento. Ha sido
el mayor obstáculo para la trasformación del hombre. Las personas religiosas se
mueven haciendo círculos. Hacen determinadas cosas creyendo que todo irá bien,
pero siguen igual. Todos los años van al templo. Pasan las cuentas del rosario,
repiten los nombres sagrados, pero siguen igual... no han cambiado un ápice. No
cambia nada. En realidad, sus creencias son una forma de protegerse del cambio;
sus creencias les defienden, se abrazan a sus creencias para protegerse.
Quieren seguir como están. También quieren sentir el placer de decir que son
religiosos, que son más devotos que los demás, que no son gente corriente, que
son extraordinarios. Todas estas cosas te hacen soñar que eres extraordinario,
superior, más santo. Son películas del ego.
En las fuentes sagradas sólo hay agua.
Lo sé —dice Kabir—, yo me he bañado en ellas.
Los dioses tallados en madera y marfil no pueden hablar.
Lo sé, les he estado clamando.
Kabir lo dice porque lo ha podido experimentar. Él había ido a todos esos
sitios: al templo, a la mezquita, al río sagrado y a los lugares sagrados;
llevaba mucho tiempo viajando.
Pero lo hacía con los ojos abiertos, observando lo que ocurría. Y no ocurría
nada. Lo dice por experiencia propia.
No es un teórico, tenlo en cuenta, y todo lo que dice es porque lo ha
experimentado. Su afirmación tiene validez, no está filosofando, cuando dice que
en las fuentes sagradas sólo hay agua, no es simplemente un concepto. Él dice:
Lo sé. Me he bañado en ellas. Los dioses tallados en madera y marfil no
pueden hablar.
Sin embargo, les seguís rezando. ¡Qué absurdo, qué ridículo.
Tú mismo los has creado! Primero los compras en el mercado y luego empiezas a
adorarlos. Se trata de juguetes, de muñecos, pero te sigues engañando. Puedes
llegar a estar tan hipnotizado con tu propio engaño que puedes derrochar toda tu
vida sin tener un solo atisbo de la verdad.
Destruye todos esos ídolos. Te costará hacerlo porque son un consuelo. Te
costará porque te quedarás solo sin un dios al que llorar y rezar. Te quedarás
solo en el vasto vacío de la existencia. Pero es el primer paso hacia la
realidad, hacia el verdadero Dios, hacia la divinidad.
Despréndete de todas las creencias y todos los ídolos.
Los dioses tallados en madera y marfil no pueden hablar. Lo sé —dice Kabir—,
les he estado clamando.
Él había rezado durante muchos años, no sólo rezado, sino llorado amargamente.
Había llorado, sollozado y rezado. Cuando de repente, un día, se dio cuenta de
un hecho: «¿A quién me estoy dirigiendo? Ahí no hay nadie, ¡el templo está
vacío! Dios nunca ha estado ahí. Es un templo construido por los hombres, creado
por la estupidez del hombre para que le dé cierta seguridad. Como el hombre no
puede estar solo, se inventa a dios. Dios no es más que el deseo infantil de
necesitar un padre. Es una obsesión con el padre o con la madre.
Nace el niño. Nace en un entorno seguro, cómodo, de bienestar. La madre le cuida
y el padre también, se siente protegido.
Crece rodeado de protección, en una atmósfera de cuidado y cariño, y se
acostumbra a eso. Empieza a creer que siempre le cuidarán, protegerán y amarán
así. Esto es natural en un niño, porque uno aprende con la experiencia. En un
determinado momento tendrá que valérselas por sí mismo. Llegará un día en que su
madre morirá, su padre desaparecerá y se quedará solo. Y ahora surge el
problema: «¿Quién me va a cuidar? ¿Quién me va a querer? ¿Quién me va a
proteger?».
Se ha quedado sin seguridades y empieza a crearse otras ficticias.
Dice: «Dios existe», Dios Padre o Dios Madre.
¿Por qué se dice Dios «Padre»? Tiene algo que ver con tu padre. ¿Por qué se dice
Dios «Madre»? Tiene algo que ver con tu madre. Es una proyección, es la
realización de un deseo.
Kabir estaría completamente de acuerdo con el enfoque de la psicología moderna.
Es una obsesión con el padre, con los padres; tus verdaderos padres ya no están
y te inventas unos padres ficticios. No puedes quedarte solo. En el fondo sigues
siendo infantil, inmaduro. En el fondo no eres un individuo.
Para ser un individuo hay que liberarse de todos los ídolos y las proyecciones.
Para ser un individuo hay que vivir en la inseguridad, sin armaduras. Hay que
ser vulnerable, no estar protegido, hay que vivir peligrosamente. Pero como
tienes miedo, creas un dios. Tu dios surge del miedo.
El verdadero Dios no surge nunca del miedo. ¿De dónde surge? Surge del amor. Y
el falso dios surge del miedo. Tenlo en cuenta: siempre que rezas por miedo, tu
oración será falsa, será una pérdida absoluta de tiempo. Cuando rezas por amor,
tu oración es verdadera. Sólo el amor es verdad. Pero hay que comprender la
diferencia. Cuando rezas por miedo le pides a algún dios en el cielo que te
quiera. Eso es mendigar. Cuando eres niño, necesitas un padre. Tu padre te ha
traicionado porque ha muerto, tu propia madre tampoco te ha sido leal para
siempre. Ahora necesitas un padre o una madre para siempre, un padre o una madre
inmortales, eternos. Pero lo que quieres es amor.
Un niño quiere amor y un hombre adulto da amor, ésa es la diferencia entre un
niño y un adulto. Los «adultos» no son todos adultos. El verdadero crecimiento
no es envejecer, sino desarrollar la conciencia. Envejecer no significa
necesariamente crecer, puede ser simplemente el paso del tiempo. Envejeces pero
no creces. Te haces más viejo pero no más sabio.
El niño sólo recibe. Es natural, no puede dar, sólo puede recibir. Recibe leche
de su madre, sin darle nada a cambio. Ni siquiera puede dar las gracias;
simplemente recibe. Lo recibe sin estar agradecido, ni siquiera tiene la madurez
necesaria para sentir gratitud. Da por sentado que las cosas son así y así es
como deberían ser.
Cuando llegas a la edad adulta empiezas a dar, empiezas a compartir tu amor...
Ése es uno de los mayores problemas que debe afrontar todo ser humano. Yo lo
compruebo todos los días. Las parejas acuden a mí con mil y un problemas, pero
no son problemas reales. El verdadero problema es la inmadurez de ambos, los
demás problemas sólo son excusas. Ambos son inmaduros, ambos buscan amor, pero
ninguno de ellos es lo suficientemente maduro como para darlo. Ése es el
problema: son dos mendigos mendigándose mutuamente, pero ninguno está dispuesto
a dar, ninguno tiene nada que dar. Evidentemente, los dos se enfadan mucho.
Fíjate. ¿Por qué amas a alguien? ¿Acaso quieres que te amen? En ese caso, es
infantil. O quieres compartir tu amor, tienes tanto amor que te gustaría
compartirlo, te gustaría darlo; en ese caso es madurez. El amor inmaduro es un
mendigo, el amor maduro es un rey.
Por tu inmadurez creas un dios inmaduro, tan inmaduro como tú. Por amor empiezas
a ver a Dios, o mejor dicho, la divinidad. El amor te da ojos para ver que toda
la existencia está colmada de divinidad. Entonces ya no llamas a Dios «Padre » o
«Madre»; de hecho, dejas de darle un nombre.
Lao Tzu dice: «No sé Su nombre, por lo que lo llamaré Tao, pero sólo para
indicar que no sé Su nombre».
La divinidad no tiene nombre, no tiene limitaciones. La encontrarás allí donde
esparzas tu amor. Si esparces amor sobre un árbol, ese árbol se convierte en
Dios; si esparces amor sobre una mujer, esa mujer se convierte en diosa; si
esparces amor sobre un hombre, ese hombre se convierte en dios. Allí donde
derrames amor, el amor hace posible que se produzca el milagro y descubras a
Dios. La forma de descubrir a Dios es derramando amor.
Pero tus dioses no son dioses que hayas descubierto, los has inventado; los has
inventado por miedo.
Todos los dioses tallados en madera y marfil no pueden hablar.
Lo sé —dice Kabir—, les he estado clamando.
Los libros sagrados de Oriente sólo son palabras.
He ojeado sus portadas por encima.
Si intentas ojear los libros sagrados por encima, sólo encontrarás basura.
Basura de hace muchos siglos, bazofia. Pero tendrás que ojearlos por encima.
¿Qué quiere decir ojear «por encima»? Mirar, pero no con los ojos de un
creyente, mirar sin prejuicios. Mirar con valentía, con atrevimiento, sin tener
miedo de mirar; si lo haces, te sorprenderás. Mira directamente en la Biblia, el
Corán, los Vedas. Pocas veces te encontrarás con una joya; casi todo es bazofia.
Y uno se pregunta, ¿por qué se ha podido acumular toda esa bazofia en las
«sagradas escrituras» de todo el mundo? Pero si observas con prejuicios, con la
creencia de que lo que está escrito ahí es la verdad y nada más que la verdad,
nunca podrás comprender a Kabir.
Kabir dice: quema las escrituras, libérate de ellas, porque así te liberarás de
la mente; liberándote de las escrituras te liberarás de los pensamientos.
Alcanzarás una especie de inocencia, la inocencia del no saber. Y desde ese
punto puedes empezar a saber. Primero tienes que ser ignorante. Recuerda que no
tienes que ser una persona con conocimientos, sino una persona que quiera
conocer. Entre las dos hay una gran diferencia. El que tiene conocimientos cree
que sabe, que ha llegado. Y el que quiere conocer sabe que no sabe, y sigue
aprendiendo.
Si no te conviertes en una persona instruida, entonces sabrás. Hay una maravilla
tras otra por descubrir. La realidad es interminable; nunca llegas a un punto en
el que puedas decir: «Ahora lo sé todo». Cuanto más sabes, más cuenta te das de
que todavía te queda mucho más por descubrir. Cuanto mayor es tu percepción,
mayor es el misterio de la vida. En el último estadio del conocimiento
desaparece todo conocimiento.
Te rodea el misterio. Estás rodeado de algo cuya naturaleza misma es
incognoscible. Y para saberlo no estás separado de ello, sino que eres uno con
ello, formas parte de ello.
Los libros sagrados de Oriente sólo son palabras.
Y recuerda, la palabra puede inducirte a engaño. Si llega alguien y se pone a
gritar: «¡Fuego! ¡Fuego!», saldrás corriendo. La propia palabra desencadena algo
dentro de ti: miedo. La palabra «fuego» no es fuego, la palabra «dios» no es
Dios y la palabra «amor» no es amor. Y la palabra «comida» no es comida; no te
quitará el hambre. La palabra «agua» no saciará tu sed.
¿Qué es lo que hay en las sagradas escrituras? Palabras y más palabras. No te
saciarán. Necesitas a Dios en persona, no la palabra «dios». Sólo así podrás
sentirte satisfecho.
He ojeado sus portadas por encima.
Los libros sagrados de Oriente sólo son palabras.
Kabir sólo habla de lo que ha vivido.
Si no has vivido algo, no es verdad.
Sigue observando tu mente, lo pretenciosa que es. Dice cosas que no ha
experimentado. Eso no es honesto, eso es engañar. Si no sabes algo es mejor
decirte a ti mismo y a los demás: «No lo sé». El ser honesto te ayudará. Sólo
cuando sabes algo puedes decir que sabes. Y así te quitarás un peso de encima,
porque el noventa y nueve por ciento de los conocimientos que acarreas sólo son
un lastre. No son tu propia experiencia, los has tomado prestados. Todo lo
prestado es mentira, da igual quién te lo haya prestado. Te lo puede haber
prestado una persona que sabe, te lo puede haber prestado Kabir, Jesucristo o
Krishna, pero eso no importa. No importa quién te lo haya prestado, en cuanto lo
tomas prestado es falso.
La verdad no se puede tomar prestada.
Yo veo algo. Pero si te lo cuento, lo que te llega son mis palabras y no mi
visión. La visión está dentro de mí; sólo las palabras salen de mí. Pero esas
palabras están vacías. Tú aceptas esas palabras creyendo que deben ser verdad ya
que provienen de un hombre que sabe. Pero no lo son.
La verdad sólo llega con la experiencia.
Lo que dice Kabir no sólo va en contra de las antiguas escrituras, sino incluso
de sus propias palabras. Tenlo presente también cuando estés conmigo. No podrás
ver la verdad si te limitas a escuchar mis palabras. Y la tentación es muy
grande. Cuando ves a alguien que sabe, sus palabras tienen tanta autenticidad,
vigor y pasión que resulta contagioso. Cuídate de la tentación. Cuando te digo
algo, lo digo con una totalidad que puedes empezar a creerlo. Pero sólo es una
creencia, sólo estás dejándote llevar por las palabras. Yo he visto la belleza,
pero no es lo mismo si te hablo de ella. En primer lugar, podrías preguntarme
por qué hablo. ¿Por qué habla Kabir? Si las palabras no pueden expresarlo, ¿de
qué sirve hablar? Todavía hay motivos para hablar. Las palabras no pueden
hacerte ver la verdad, pero pueden generar un anhelo. Yo no puedo transferirte
mi verdad, pero puedo hacerte sentir que la verdad existe. Ahí es donde empieza
el camino..., no creas que se acaba ahí. Las palabras pueden encaminarte, pero
no pueden darte la verdad. Aunque cuando provienen de un hombre que sabe, son
como llamas. Te queman. Originan dentro de ti un gran deseo de saber, de ver, de
ser.
Esas palabras no son suficientes. ¡No te quedes parado!
Deja que te contagie en lo que se refiere a tu sed y tu hambre de la verdad.
Pero mis palabras sólo son palabras. Las palabras de Buda sólo son palabras, las
escrituras sólo son palabras. El que es sabio seguirá la indicación de que la
verdad existe: «Ahora tengo que buscarla». La búsqueda tiene que ser individual.
Kabir sólo habla de lo que ha vivido.
Si no has vivido algo, no es verdad.
He estado pensando en la diferencia entre el agua y las olas que surgen en ella.
El agua sigue siendo agua que vuelve a caer.
Es agua. ¿Puedes darme algún indicio para diferenciarlas?
Vete al mar y fíjate en las olas que se levantan. ¿Están separadas del mar?
¿Está el mar separado de las olas? ¿Alguien ha visto alguna ola separada del
mar? ¿Alguien ha visto un mar sin olas? Van juntos. De hecho, no es correcto
decir «juntos » porque son uno. ¿Qué es una ola? Un mar ondulante, un mar en
movimiento. Y ¿qué es un mar? Un conjunto de olas que ondulan a la vez. El
ondular es un aspecto de la realidad del mar.
Pero las palabras crean separación. Cuando dices «la ola», «el mar», hay
diferencias. Si miras en el diccionario, el diccionario no dice que «la ola es
el mar», o que «el mar es la ola». El diccionario se interesa por la etimología
de las palabras «ola» y «mar»; son distintas. El diccionario las mantiene
separadas, de lo contrario, las palabras se entrecruzarían y habría una gran
confusión. Hay que mantenerlas separadas, compartimentadas. Pero sólo las
palabras están separadas, en realidad no hay nada que esté separado. El árbol
está separado, la tierra está separada, pero en realidad el árbol nunca está
separado de la tierra y la tierra nunca está separada del árbol. Las palabras
cielo y tierra están separadas, pero en realidad están juntas.
La realidad es una unidad. Todas las cosas están juntas, entrelazadas,
entretejidas, forman parte unas de otras. Si empiezas por una cosa acabarás en
la totalidad.
Por eso se dice que Tennyson afirmó: «Si puedo entender en su totalidad una
simple flor con raíces y todo, habré comprendido todo el universo». Tiene razón,
ha tenido una gran percepción. Si consigues entender una sola flor en su
totalidad, incluidas las raíces, habrás comprendido a todas las estrellas,
soles, lunas, hombres, mujeres, Tierras y planetas. Porque si profundizas más,
te darás cuenta de que todo el universo está implícito en una flor. No se puede
comprender por separado. ¿Qué es el universo sin la Tierra? ¿Qué es sin el sol?
Sin el sol no hay colores, sin la Tierra no hay forma. ¿Quién sabe la cantidad
de cosas que están implícitas en ella? Si no hubiera estrellas es posible que
las rosas fueran diferentes. ¿Quién sabe qué pulsaciones reciben las rosas de
las estrellas? Y es evidente que sin la vista humana la rosa no sería la misma.
No tendría color, en el momento que dejas de mirar una rosa ya no es rosada,
porque el color sólo existe en relación con la vista. Cuando hay ojos hay color,
sin ojos no hay color.
Si vas a las cataratas del Niágara, te llegará el estruendo de las cataratas que
antes no estaba y aparece cuando te acercas, porque sin los oídos no hay sonido.
Si no hay nadie alrededor de las cataratas del Niágara no hay sonido, el agua
cae en silencio. ¿Cómo puede haber sonido sin oídos? Durante miles y miles de
años, el agua de las cataratas ha estado cayendo en silencio porque no había
nadie que lo escuchara. Luego, debe de haber llegado algún primitivo audaz y, en
cuanto se aproximó, el Niágara estalló en un gran estruendo. El oído es
necesario.
Ahora los científicos dicen —incluso los científicos, porque hasta ahora sólo lo
habían dicho los poetas— que si amas un rosal, las flores salen más grandes. El
amor, de alguna manera, les da ternura, sustento.
En Canadá han experimentado el efecto de la música sobre las rosas. En cierta
universidad realizaron un experimento y no se podían creer los resultados,
estaban muy sorprendidos. Hicieron dos grupos con el mismo tipo de flores, a un
lado una docena y al otro, la otra docena. A un grupo le pusieron música de Ravi
Shankar y al otro, jazz. Las plantas que oyeron la música del sitar de Ravi
Shankar empezaron a inclinarse todas hacia el instrumento, como si fueran sus
admiradoras. Por otra parte, las plantas que escuchaban jazz se inclinaron hacia
el otro lado intentando huir; las raíces no les permitían escapar, pero lo
intentaban. El tamaño de las flores de las plantas que escucharon a Ravi Shankar
era el doble, y su longitud también. Todas recibieron la misma cantidad de agua
y de abono, y los mismos cuidados. Tenían el mismo tamaño cuando las plantaron,
la misma luz, la misma tierra... todo. Sólo la música era distinta.
La vida está tan entrelazada que todo forma parte de lo demás. Las cosas sólo
existen en las palabras pero, en realidad, no existe nada. Todo está unido, es
una sola cosa. Cuando Buda lo llama «nada», tiene razón, porque nada existe. No
puedes darle un nombre porque todo existe, todo va junto, hombres, mujeres,
animales, pájaros, árboles, montañas y estrellas, todo es uno.
He estado pensando en la diferencia entre el agua y las olas
que surgen en ella, el agua sigue siendo agua que vuelve a caer,
es agua. ¿Puedes darme algún indicio para diferenciarlas?
Simplemente porque a alguien se le haya ocurrido la palabra
«ola», ¿acaso tengo que diferenciarla del «agua»?
Ten cuidado con el lenguaje. El lenguaje puede jugarte malas pasadas y puedes
quedar atrapado en ese juego. Por eso todos los grandes místicos del mundo
insisten en decir que la realidad se conoce a través del silencio. Cuando dejas
el lenguaje puedes conocer la realidad, porque el lenguaje crea una barrera.
Simplemente porque a alguien se le haya ocurrido la palabra «ola», ¿acaso tengo
que diferenciarla del «agua»? Dentro de todos nosotros hay un ser secreto.
Lo desconocido, lo secreto, lo misterioso. Está dentro y está fuera. Ese ser
secreto es una realidad inefable, un silencio, un profundo silencio. Vivo, pero
sin sonido. Palpitante, pero no se le puede dar un nombre.
Dentro de todos nosotros hay un ser secreto.
¿Por qué Kabir lo llama «secreto»? Porque no le podemos aplicar el lenguaje. El
lenguaje lo convierte todo en público.
En cuanto dices algo se convierte en público; decirlo significa hacerlo público.
Si no puedes decir nada, si no hay forma de decirlo, seguirá siendo un secreto.
Cuando puedes decir algo deja de ser un secreto. Las filosofías son públicas,
las «religiones» son públicas, los textos religiosos son públicos. Y la verdad
es un secreto. No es que alguien esté guardando un secreto, el hecho de no poder
hablar de ello es su naturaleza intrínseca.
Lao Tzu dice: «No se puede decir nada del Tao. En el momento que dices algo, lo
estás falseando».
Dentro de todos nosotros hay un ser secreto; los planetas de todas las
galaxias pasan por sus manos como si fuesen cuentas.
Tú no eres pequeño. No hay nada que sea pequeño. Cuando todo está junto, nada es
pequeño, todo es una puerta a la totalidad. Si profundizas más en ti mismo,
llegarás a ese fondo que es el fondo de todo. Sólo estamos separados en la
periferia; en el centro somos uno. El centro es uno, las periferias son
distintas.
Tu nombre es distinto, mi nombre es distinto, pero mi realidad y la tuya no son
distintas. Tu cuerpo es distinto al mío, pero el cuerpo sólo es un atuendo, una
vestimenta. La realidad que yace bajo el atuendo no es distinta. Deja el
lenguaje y observa. Descubrirás que dentro de ti palpita el ser secreto, respira
en tu interior. Y descubrirás que respira también en el resto de las personas.
Respira de diferente manera, pero sigue siendo uno. La vida es una. La vida es
Dios; no la palabra «dios», sino la vida; no la palabra «vida», sino la vida
misma.
Dentro de todos nosotros hay un ser secreto; los planetas de todas las
galaxias pasan por sus manos como si fuesen cuentas.
Es un rosario de cuentas que uno debería mirar con ojos resplandecientes.
Para ver esta realidad, para reconocer a ese ser secreto que hay dentro de ti,
tendrás que tener unos ojos resplandecientes. Para darte cuenta de esa
inmensidad, de esa totalidad, de esa unidad, tendrás que tener unos ojos
resplandecientes. ¿Qué quiere decir con «ojos resplandecientes»? Tus ojos están
llenos de polvo, polvo que se ha ido acumulando. Es como un espejo que ha
acumulado tanto polvo que ya no refleja nada. ¿Qué clase de polvo? Creencias,
religiones, ideales, ideologías, textos religiosos... –ismos. Tus ojos han ido
acumulando todo tipo de polvo. Realmente es un milagro cómo puedes seguir viendo
lo poco que ves, porque con tanto polvo... no deberías ver ni eso.
Los científicos dicen que sólo vemos el dos por ciento de la vida. El noventa y
ocho por ciento sigue sin estar al alcance por culpa de nuestros propios
prejuicios. Sólo vemos lo que queremos, sólo podemos ver lo que estamos
preparados para ver, sólo podemos ver lo que no nos da miedo. No podemos ver lo
que nos da miedo, lo que no queremos ver; lo evitamos. Poco a poco, la mente se
va estrechando y al final sólo vemos un pedazo de la realidad. Pero seguimos
afirmando que esa realidad es lo único, y diciendo que «mi verdad es la única
verdad». Eso genera conflictos y controversias. Kabir dice: «Tendrás que tener
ojos resplandecientes». Los ojos vacíos son resplandecientes. Quítate ese polvo,
ya sea santo o mundano; quítate ese polvo, ya sea sagrado o profano. Límpiate
los ojos: de eso trata la meditación.
Deja que tu pasado desaparezca de tu ser. Estate aquí y ahora, así tendrás
luminosidad y serás capaz de ver. Dios no está en ningún otro sitio, no tienes
que irte al Himalaya, sólo tienes que estar limpio, no tener carga. Deja que el
pasado desaparezca.
Jesucristo dice: «Deja que los muertos entierren a sus muertos». Desconéctate
del pasado; deberás hacerlo todos los días, porque cada día que pasa crea más
pasado. El hoy se convertirá en el pasado del mañana. En cuanto pase, suéltalo,
no te aferres a él. Ya no tiene importancia ni valor. Si puedes dejar que se
vaya el pasado, tú estarás al alcance. Eso es luminosidad. Tendrás ojos que
pueden reflejar, que pueden ver; te habrás convertido en un espejo. La
meditación es la forma de convertirse en un espejo. Todo lo que dice Kabir es
para ayudarte a convertirte en un meditador. No tienes que preocuparte por Dios.
Deja que en el fondo de tu corazón sólo quede una cosa: el tener que florecer
como meditador. Todo lo demás será una consecuencia de esto.