CUENTOS
SUFIES (1)
¿Quién a quién?
Un hombre que había estudiado en muchas escuelas de metafísica
se presento ante Nasrudin. Describió en detalle en cuales había estado y que
había estudiado para demostrar que merecía ser aceptado como discípulo.
"Espero que me acepte o, al menos, que me exponga sus
ideas -dijo-, puesto que he empleado tanto tiempo estudiando en esas
escuelas."
"!Que lástima! -exclamo Nasrudin-, usted
ha estudiado a los maestros y sus enseñanzas. Lo que tendría que haber
sucedido es que los maestros y las enseñanzas lo estudiaran a usted.
Entonces si habríamos tenido algo interesante".
La importancia del bosque
Todos los maestros dicen que el tesoro espiritual es un
descubrimiento solitario.
¿Entonces por qué estamos juntos? -preguntó uno de los
discípulos a Nasrudin, el maestro sufi.
Ustedes están juntos porque un bosque siempre es más fuerte
que un árbol solitario -respondió Nasrudin-. El bosque mantiene
la humedad del aire, resiste mejor a un huracán, ayuda a que el
suelo sea fértil.
-Pero lo que hace fuerte a un árbol es su raíz. Y la raíz de
una planta no puede ayudar a otra planta a crecer.
-Estar juntos en un mismo propósito, es dejar que cada uno
crezca a su manera; éste es el camino de los que desean comulgar
con Dios.
Paulo Coelho
La historia del cerrajero
"Había una vez un cerrajero al que acusaron injustamente
de unos delitos y lo condenaron a vivir en una prisión oscura y profunda.
Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo quería muchísimo se
presentó al rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una
alfombra su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada día. El
rey consideró justa esa petición y dio permiso a la mujer para llevarle una
alfombra para la oración. El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y
cada día hacía fielmente sus postraciones sobre ella.
Pasado un tiempo el hombre escapó de la prisión y cuando le
preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después de años de
hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo
que tenía justo bajo las narices. Un buen día vio que su mujer había tejido
en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando
se dio cuenta de esto y comprendió que ya tenía en su poder toda la
información que necesitaba para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus
guardias. Y los convenció de que todos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y
escapaban juntos de la prisión. Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que
aunque eran guardias comprendían que también estaban prisioneros. También
deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo.
Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente
plan: ellos le llevarían piezas de metal y él haría cosas útiles con ellas
para venderlas en el mercado. Juntos amasarían recursos para la huída y del
trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir el cerrajero haría una
llave.
Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus
guardias abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al
frescor de la noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. Dejó en la
prisión la alfombra para orar, para que cualquier otro prisionero que fuera
lo suficientemente listo para interpretar el dibujo de la alfombra también
pudiera escapar. Así se reunió con su mujer, sus ex-guardias se hicieron sus
amigos y todos vivieron en armonía. El amor y la pericia prevalecieron."
(Cuento tradicional sufí y recopilado por Idries Shah. También
incluido en el excelente libro de Don Richard Riso y Russ Hudson, titulado
"La Sabiduría del Eneagrama" Edit. Urano.)
El cuento de las arenas.
Un río,
desde sus orígenes en lejanas montañas, después de pasar a
través de toda clase y trazado de campiñas, al fin alcanzó las
arenas del desierto. Del mismo modo que había sorteado todos los otros
obstáculos, el río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta de
que sus aguas desaparecían en las arenas tan pronto llegaba a éstas.
Estaba
convencido, no obstante, de que su destino era cruzar este desierto y sin
embargo, no había manera. Entonces una recóndita voz, que venía
desde el desierto mismo le susurró:
"el Viento cruza el desierto y así puede hacerlo
el río"
El río objetó que se estaba
estrellando contra las arenas y solamente conseguía ser absorbido,
que el viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía cruzar el desierto.
"Arrojándote con violencia como lo vienes haciendo no lograrás
cruzarlo. Desaparecerás o te convertirás en un pantano.
Debes permitir que el viento te lleve hacia tu destino"
-¿Pero cómo esto podrá suceder?
"Consintiendo
en ser absorbido por el viento". Esta idea no era
aceptable para el río. Después de todo él nunca había
sido absorbido antes. No quería perder su individualidad. "¿Y,
una vez perdida ésta, cómo puede uno saber si podrá recuperarla
alguna vez?" "El viento", dijeron las arenas, "cumple
esa función. Eleva el agua, la transporta sobre el desierto y luego la deja
caer. Cayendo como lluvia, el agua nuevamente se vuelve río"
-"¿Cómo puedo saber
que esto es verdad?"
"Así es, y si tú no lo
crees, no te volverás más que un pantano y aún eso tomaría muchos,
pero muchos años; y un pantano, ciertamente no es la misma cosa que
un río."
-"¿Pero no puedo
seguir siendo el mismo río que ahora soy?"
"Tú
no puedes en ningún caso permanecer así", continuó la voz.
"Tu parte esencial es transportada y forma un río nuevamente.
Eres llamado así, aún hoy, porque no sabes qué parte tuya es la
esencial." Cuando oyó esto, ciertos ecos comenzaron
a resonar en los pensamientos del río. Vagamente, recordó un estado en
el cual él, o una parte de él ¿cuál sería?, había sido transportado en
los brazos del viento. También recordó --¿o le pareció?-- que eso
era lo que realmente debía hacer, aún cuando no fuera lo más obvio.
Y el río elevó sus vapores en los acogedores brazos del
viento, que gentil y fácilmente lo llevó hacia arriba y a lo lejos, dejándolo
caer suavemente tan pronto hubieron alcanzado la cima de una montaña,
muchas pero muchas millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas,
el río pudo recordar y registrar más firmemente en su mente, los
detalles de la experiencia. Reflexionó:"Sí,
ahora conozco mi verdadera identidad" El río estaba
aprendiendo pero las arenas susurraron:"Nosotras conocemos, porque
vemos suceder esto día tras día, y porque nosotras las arenas, nos
extendemos por todo el camino que va desde las orillas del río hasta
la montaña" Y es por eso que se dice que el camino
en el cual el Río de la Vida ha de continuar su travesía está escrito en
las Arenas.
Esta hermosa
historia es corriente en la tradición verbal de muchas lenguas,
circulando casi siempre entre los derviches y sus discípulos. Fue
transcripta en la obra "La Rosa Mística del Jardín del Rey"
de Sir Fairfax Cartwright, publicada en Gran Bretaña en 1899. La presente
versión es de Awad Afifi el Tunecino, que murió en 1870.